sábado, 27 de noviembre de 2010

Fuego...


Vaya elemento que nos ha dado la naturaleza. Sus bellos colores me fascinan. El calor me calienta en las frías noches de invierno. Alumbra mi alrededor cuando todo lo demás esta oscuro. Puedo quedarme viendo al fuego por largos periodos de tiempo. Me encanta perderme entre sus llamas y dejar que mi alma se funda con su intensidad. Por esta razón es que me encantan las fogatas. Puedo pasar horas alrededor de una mirando como el fuego consume la débil e inocente madera. En un bosque, en la noche no puedes ver más que la luna, las estrellas y el bello resplandor delante de ti. Yo considero al fuego mi elemento preferido. Lo pongo por encima de todos por su delicadeza y su intangibilidad y aun así, puede llegar a ser devastador. Me encantaría fundirme entre sus llamas y danzar a su lado por siempre consumiendo todo a nuestro alrededor. Todo esto, claro está, es algo meramente metafórico.

Hoy me levanté con un calor inmenso. Me encuentro empapado en sudor. No escucho ningún ruido a mí alrededor, ni parece haber ningún movimiento. Desde hace tiempo que he cambiado de hogar y ahora me encuentro vagando de lugar en lugar para encontrar un cuarto que pueda llamar mío, pero esa es otra historia. No sé si me he despertado de una pesadilla o de un sueño, ni siquiera sé si estoy despierto del todo. Dudo mucho en levantarme, así que nada mas me quedo tendido sobre la extraña cama. Me quedo mirando al abanico que da lentas vueltas sobre mí tratando de recordar el sueño que tanto me ha exaltado. Todo se torna rojo y siento un calor inmenso alrededor de mí, como si me estuviera quemando, pero no logro recordar nada. Trato de moverme poco a poco para intentar salirme de la cama. Me siento atrapado por paredes que me rodean. Lucen un color vívido y extraño, no me les puedo acercar porque siento que me quemo. Sigo pensando y mientras más lo hago, siento que más me hundo en la cama, haciendo casi imposible mi movimiento. Sigo viendo imágenes al azar en mi cabeza tratando de recordar algo. Entre todas estas ilógicas visiones logro reconocer una muy familiar. Es una imagen de ella. Ahora lo recuerdo, la maté.

Hace tanto tiempo que no la veo. La extraño demasiado. La última vez que la vi fue en un aeropuerto, nos despedíamos. Sabía que al dar los primero pasos por esas escaleras de metal no había marcha atrás, pero no sabía cuanto iba a doler. Día tras día sigo pensando en ella. Noche tras noche no he podido dejar de soñarla. Un final feliz que hasta ahora solo existe en mis sueños. Una vida utópica que me parece imposible alcanzar. Si tan solo ella estuviera aquí, mi vida estaría completa. Soy feliz, pero de qué sirve la felicidad si no tienes con quién compartirla. Escribo cartas al viento con la esperanza de que lleguen a un destinatario. Escribo para que mis palabras sean esparcidas por los cuatro vientos y todo el mundo pueda ser testigo del amor que le tengo. Probablemente seguir pensando en ella sea doloroso, llámenme masoquista, pero sería una peor tortura no tenerla en mi mente. Hay algunos pensamientos que me guardo porque me da pena compartirlos. No creo que alguien me logre comprender. Entre tanta modernidad hemos ahogado el verdadero sentimiento del amor. Tal vez porque muchos le tienen miedo, temor a salir herido. Por ahí dicen, si juegas con fuego te vas a quemar. Creo que eso fue lo que me pasó.

Sigo tendido en la cama revolcándome entre las almohadas intentando recordar que más pasó en mi sueño. Una lágrima recorre mi mejilla de tan solo pensar que he matado a la mujer que más quiero en mi vida. Hago mi mayor esfuerzo para averiguar porque lo hice. Mi mirada se torna roja y solo logro ver llamas a mí alrededor, llanto, sufrimiento y a ella. La veo alejándose de mí. Quisiera que estuviéramos juntos. Han pasado demasiadas cosas estos últimos meses que no sé como explicarlos, ni siquiera sé por donde empezar. Tal vez deba dejar eso para otro momento. Ahorita me quiero concentrar en ella. Porque ella es todo lo que existe para mí en este momento, siempre lo ha sido y así seguirá siendo. Cierro los ojos por un instante para hacer un esfuerzo más de saber lo acontecido. Estamos en una escalera ambos felices, ambos vivos. Vuelvo a despertar con una desesperación inmensa. Sigo sin saber lo sucedido. Daría tantas cosas por poder abrazarla de nuevo como lo hice en ese aeropuerto. De haber sabido que no la volvería a ver en años la hubiera abrazado más para impregnar mi alma con su esencia. Tan bello momento que logro recordar, una noche juntos, una luna alumbrándonos, una despedida con un abrazo corto, un beso efímero, un recuerdo permanente.

Recuerdo este lugar. No sé como se llama ni en donde se encuentra pero me parece muy familiar, como si ya hubiera vivido antes en el. Lo recorro solitariamente con el fin de encontrar a alguien conocido que me diga donde estoy. Camino sin ninguna dirección mientras todo se empieza a tornar brillante, como si la luz entrara por ventanas invisibles. Comienzo a ver gente pasar a mi lado tratando de esquivarme. Todos me miran decepcionados como su hubiera hecho algo malo. Sigo caminando sin darle importancia al momento. Entre toda la multitud logro ver su figura. Vestía un atuendo negro y tenía una mirada seria y fría. Camino hacia ella golpeando mis brazos con la gente que camina a mí alrededor. Llego hasta donde está ella y comienzo a hablar con ella. Hace tanto tiempo que no le dirigía la palabra, no sé que decirle. No sé si sus sentimientos hacia mi sigan siendo los mismos. Yo la sigo queriendo igual que el día que me enamoré de ella. No, la quiero aún más, porque ahora que he estado lejos de ella me he dado cuenta de cuanta falta me hace. Abro mis labios estúpidamente tratando de balbucear unas cuantas palabras hacia ella. Un hola es todo lo que me sale. No parece haberle importado pues seguimos hablando de manera usual, como si nada hubiese sucedido. Sigo pensando en mi mente si ella aún me quiere. No lo puedo evitar, es algo que me consume desde adentro, maldita duda.

Lo más correcto hubiera sido continuar con la platica con un ¿cómo estás?, pero como mencioné antes, fui estúpido. Seguimos caminando paralelos, ella seguía con su mirada fría y yo con mi duda consumidora. Después de avanzar unos cuantos metros más llegamos a un aposento hermoso, lleno de hermosos recuerdos y de bellas cosas. Al llegar ella se detuvo súbitamente y dirigió la conversación hacia mí. Me dijo que debía incendiar el lugar. Yo me quede sorprendido, no sabía que decir. Continué con la conversación. Le dije que por favor no lo hiciera. Hay tantos recuerdos concentrados, que incendiar el lugar, sería quemar nuestro pasado. Seguimos callados por un momento y ella me dijo que tenía que hacerlo. Nos despedimos y cada quien se fue por su lado. Me quedé pensando en lo que había dicho y porqué tenía que hacerlo. No podía dejar que sucediera, no dejaría que nuestro pasado fuera consumido entre el calor del fuego.

Las imágenes siguieron trascurriendo en mi cabeza sin saber que orden llevan. Parece que ha pasado un día desde nuestro encuentro. Regreso a aquel hermoso aposento. Me siento en medio del lugar y espero a que ella llegue. Sabía que vendría, esperaba convencerla de que no lo hiciera. Fijo mi mirada hacia la puerta esperando a que llegue. Pasan los segundos y la veo parada debajo del marco de la puerta. Antes de que alguien hiciera algo, comenzamos a hablar. Le pedí por favor que se detuviera de hacer esto. Ella me respondió que lo lamentaba, pero era algo que debía hacer. Seguimos discutiendo acerca del tema por un largo rato más. Tenía una pregunta más que hacerle. Debía salir de la incertidumbre. Debía matar de una buena vez aquella maldita duda que me atormentaba. ¿Aún me quieres Niche? Vaya sensación que me recorrió al hacer esa pregunta. Sentía tanto miedo por no saber que respondería. Un breve silencio se apoderó de la escena y al final respondió, sí. Un bienestar sin igual recorrió todo mi cuerpo mientras estaba sentado. Ahora intentaría usar eso para disuadirla de hacer lo que tenía que hacer. Le dije que si me quería que por favor no lo hiciera. No pensaba moverme del centro, no iba a dejar que nuestro pasado se fuera ahogado en tan hermoso y destructivo elemento. Me pidió perdón una vez más y se dispuso a hacerlo. Mostré una cara de decepción y tristeza. Levanté mi mirada hacia ella y le volví a pedir por favor que no lo hiciera. Una vez más ella dijo lo siento, te quiero, pero debo hacerlo. Lanzó una llamarada combinada con una especie de bomba. Todo se torna rojo. ¿Por qué? Caigo al suelo. Desesperadamente trato de levantarme ¿No me quieres más? Llamas alrededor del lugar. Se desvanece nuestro pasado. ¿A dónde iré? Todo se está consumiendo. Veo el techo carcomerse entre las llamas. Cierro los ojos. Es lo último que recuerdo, el ardor del fuego rodear mi cuerpo quemándome el alma. Adiós.

No sé que me duele más, haber sido consumido por el fuego o saber que no lo importó quemarme con tal de cumplir su objetivo. Todo se encuentra negro. No puedo moverme. No veo absolutamente nada. No siento nada. ¿Habrá sido una mentira? No puedo dejar de pensar en lo sucedido, al menos es lo único que puedo hacer. No sé donde estoy ni sé si regresaré a algún lugar. Todo se ha ido. Como dije antes, jugar con fuego te puede quemar. Quererla fue mi decisión no me arrepiento de hacerlo. La quiero demasiado. A pesar de que he tenido que pasar por el dolor de aceptar que estamos lejos, sé que algún día estaremos juntos. Supongo que más que el ardor de mi piel siento el ardor dentro de mí, como si algo consumiera mi alma. Así es el amor. Una vez que estás dentro te empezará a consumir lentamente. Sabes que habrá alegrías, pero también tristezas, emociones y decepciones, todo junto son caras de un mismo dado. No puedo olvidar lo sucedido. Debe de haber una razón.

Poco a poco comienza a haber luz en mi mundo. Parece que no he muerto. Puedo sentir mis extremidades intactas, como si nada hubiera pasado. Empiezo a escuchar demasiado ruido a mí alrededor, sigo sin saber donde estoy. Poco a poco la imagen delante de mis ojos deja de ser borrosa. Me encuentro en unas gradas de madera viendo un juego sin importancia. Veo mis piernas y mis brazos, siento mi cara. No parece haber ninguna herida. Me pregunto que ha pasado y dónde está ella. A mi lado se encuentra un señor desconocido para mí. No le pongo mucha atención debido a que sigo sumergido en mis pensamientos. Después de un poco comienza a hablar de un incidente en un salón. Había sido consumido por las llamas y ahora no queda nada de él. Me da tanta tristeza el saber que en realidad ha sucedido, pero me da curiosidad cómo salí vivo de ahí, si es que sigo vivo. Sigo escuchando la conversación del señor. Mencionó que alguien había sido rescatado de la explosión milagrosamente. Ese debí ser yo. Aún no sé cómo, pero carece de importancia. Sigo oyendo lo que dice. Mencionó que la responsable era una mujer. No sé porque le dije lo siguiente, pero lo hice. Yo la conozco. Me volteó a ver y me preguntó si era verdad. Le respondí que sí. Volteó su mirada a uno de sus bolsillos y sacó una pequeña pistola negra bien pulida. Me la puso en la mano y me dijo que fuera a hacer justicia. ¿Qué? Ahora tengo que matarla.

Me levanto de las gradas sorprendido. Comienzo a caminar hacia la salida del lugar. Observo la pistola puesta en mi mano derecha y me pregunto si en verdad voy a hacerlo. Primero debo encontrarla. Escondo la pistola debajo de la manga de mi suéter gris para que nadie la vea. El lugar estaba repleto de personas y era peligroso que yo la anduviera exhibiendo para todos lados. Seguí caminando entre la multitud dudoso y con un temor indescriptible. De nuevo sigo chocando mis brazos contra cuerpos errantes en un pasillo oscuro. Volteo para todos lados intentando encontrarla. Sigo poco a poco con tanta ansiedad. Siento mi mano derecha sudada por sujetar la pistola. Levanto un poco mi mirada y logro ver un vestido azul, es ella. Levanto mi mano en su dirección e intento apuntar bien mi objetivo. No puedo. Hay demasiada gente a mí alrededor. Uso eso como excusa, pero la verdad es que mi dedo se paralizó detrás del gatillo. La gente no me importa, nunca me ha importado. Bajo mi mano lentamente cubriendo la pistola y continuo en su dirección. Esquivo a cuantas personas me es posible pero me es difícil por la multitud. Camino hacia delante con tanto miedo. No lo puedo evitar. Llega a un salón desolado y empieza a subir unas largas escaleras. No hay nadie. Es mi oportunidad. ¿Podré hacerlo?

Corro rápidamente para detenerla antes de que suba al segundo piso. Escondo la pistola para que no se dé cuenta de que voy armado. Llego hasta donde está ella casi sin aire. Intento recuperarlo poco a poco. Ella me observa y me pregunta si estoy bien. Le respondo que sí. Comienzo a hablar con ella de nuevo. Se ve hermosa. Un vestido azul turquesa destellante es el que trae puesto. Una sonrisa encantadora de par en par. Unos ojos hipnotizantes que no dejan de observarme. Una mirada inocente que me sigue para todos lados. No puedo hacerlo. ¿Aún me quieres? Sí. Eso me saco de mi lugar. Sigo pensando en lo que ella me hizo. ¿Me estará mintiendo? No sé. No le recuerdo el incidente, solo sigo hablando con ella. Yo también te quiero. Te he extrañado demasiado estos últimos meses que no he podido dejar de pensar en ti. Lo único que pasa por mi mente es que podamos estar juntos de nuevo. Sé que han sido difíciles estos días de separación, pero al final podremos estar juntos y nadie nos va a separar. La abrazo fuertemente con ambos brazos intentando no tocarla con la pistola. Levantamos el rostro y nos damos un beso en los labios. Es lo que había estado esperando por tanto tiempo y ahora se ha hecho realidad. Ahora lo entiendo, ella tenía razón. El pasado ha quedado atrás, ahora nuestra historia será escrita. No hay que mirar atrás, pues todo lo que queda es… ¡Bang! Lo hice.

Dejo caer la pistola por la escalera mientras seguimos abrazados para que no se dé cuenta. Hace un ruido escandaloso por el eco del lugar. Ella se estremece y me pregunta qué ha sido ese ruido. Le respondo que solo se ha caído algo del segundo piso. Me alegra no haber tirado del gatillo. De haberlo hecho todo se hubiera ido por un tubo y nuestros sufrimientos habrían sido en vano. Ahora estamos juntos y nada nos podrá separar. No habrá llamas que nos puedan alejar. Solo existirá nuestro fuego que consumirá todo a su paso mientras nuestras almas bailan como una sola. Nos despegamos poco a poco de nuestro abrazo. Ambos mostramos una sonrisa de par en par por lo que ha sucedido. Continuamos subiendo las escaleras con las manos agarradas y entramos a nuestra siguiente habitación, a nuestra historia.

Me hubiera encantado que la historia terminase así, lamentablemente todo es mentira. Mi dedo se encuentra completamente sumergido en el gatillo. El olor de pólvora se muele por todo el lugar. No puedo creer lo que he hecho. ¿Por qué lo hice? Me quedo atónito por lo acontecido. Estoy paralizado por ese estruendoso ruido que no para de sonar en mi cabeza. Cae su bello cuerpo sobre mis pies inerte. La sangre empieza a recorrer los escalones bajando lentamente hacia el primer piso. Caigo al lado de ella y la abrazo. No puedo evitar llorar amargamente sobre su rostro. La quiero tanto. ¿Por qué lo hice? Ahora me arrepiento más que cualquier otra cosa que haya hecho en mi vida. Mi amor, mi cariño, mi vida se ha esfumado entre el pestilente aroma a pólvora, maldita pistola. Sostengo su hermoso cabello teñido de rojo sobre mis manos. Veo sus hermosos ojos castaños dilatados fijos en mí, como si vieran hacia adentro de mí ser. Una terrible sensación me inunda. No puedo evitar arrepentirme tanto que las lágrimas me duelen. Por más que quiero regresar el tiempo no puedo. Lo hecho, hecho está. Me duele tanto el corazón. Siento que estallo en llamas por dentro. Esa sensación de ardor que hace poco sentí en el exterior ahora lo siento internamente tratando de salir por mis poros. ¿Por qué? Una pregunta que jamás será respondida. Tendida en mis brazos le dedico mis últimas palabras. Te quiero Niche y siempre lo haré. Perdón por lo que he hecho, no fue mi intención, no sé que me pasó. Tengo tantas ganas de abrazarte una vez más y sentir tu calor. Quiero probar tus labios una vez más, perderme contigo en un vals que solo sonaba para nosotros. No sabía lo que tenía hasta ahora que te encuentras lejos de mí. No ha pasado mucho tiempo, pero te extraño como si ya hubiera pasado una eternidad. Lamento haberte dejado en las manos del destino, pero te prometo que te buscaré por todos lados. Te prometo que un día te encontraré. El destino nos devolverá el tiempo que por naturaleza es nuestro y volveremos a estar juntos. Te prometo que por siempre te querré.

No puede acabar así. Abro los ojos súbitamente con un temor inmenso. Sigo sobre mi cama empapado de sudor. Me quedo pensando en lo que ha pasado. ¿Qué significa? No puedo moverme para ningún lado. Me siento atrapado entre sábanas y almohadas. Me estiro lo más que puedo para intentar sujetarme de algo y poder salir de aquí. Mis esfuerzos son inútiles, solo la desesperación crece más y más. Me doy por vencido. Fijo mi mirada al abanico blanco que gira sobre mí incapaz de apagar el tormento en el que me encuentro. Pierdo mis ojos en cada oscilación que da. Siento que caigo en un espiral interminable. Hace tanto tiempo que no la veía y ahora ha desaparecido de esta manera, una despedida indeseable. Después de todo, eso es el amor. Es un constante tormento cuando se esta alejando de él. No puedo dejar de pensar en la persona que más quieres. Sientes como se carcome tu ser a cada segundo que pasa. Los días se hacen eternos y caminar por las calles solo es como caminar sobre brasas ardiendo. Todo se ha consumido. Ahora solo queda esta pequeña chispa de amor hacia ella que nunca se extinguirá.

martes, 3 de agosto de 2010

El toque de un ángel...

La lluvia sigue cayendo desde hace unos días. Me encuentro parado solo en medio de una calle vacía. Escucho el incesante sonido de las gotas golpear el desolado suelo. Volteo para todas partes, pero no alcanzo a ver más que las gotas oscuras que empañan mis ojos. Siento en mis pies descalzos la rápida corriente de agua recorrer la solitaria calle. Espero a que algo suceda. Extiendo mi brazo derecho enfrente de mí esperando alcanzar algo. Intento abrir mis ojos para lograr ver más allá de la cortina de lluvia. Despejo mis párpados con mi mano izquierda y veo una extraña figura blanca. Un súbito destello aparece delante de mí. ¿Quién es? ¿Qué alma errante se postraría ante mí estando solo? No puedo caminar hacia aquella figura. Estoy paralizado de la cabeza a los pies. Mi brazo derecho sigue extendido en su dirección. El destello se hace más grande, pero no logro reconocer aquella figura. Una tenue pero pesada cortina de lluvia me impiden ver aquel curioso contorno. Abro mis ojos más allá de lo posible, no pestañeo por el temor a que la figura desaparezca y nunca más la vuelva a ver. A pesar de ser desconocida para mí, aquel resplandor blanco me llena de paz. Un súbito destello aleja las gotas de mis ojos y me permite observar y capturar la bella imagen de la figura. El tiempo se congela en un pavor espeluznante por saber quién es. Se aclara todo y me doy cuenta. Es ella. Es aquella figura que ha paralizado mis días. Aquella figura en donde el pasado y el futuro han desaparecido. Aquella figura que no he podido dejar de observar por miedo a que desaparezca. Aquella figura que ha donde quiera que vaya ha estado conmigo. Aquella figura que ha alejado mis temores y me ha dejado solo en el sentimiento de acercarme a ella. Es una figura angelical. Es el ángel de mis sueños. Es el ángel de mi realidad. Es el ángel que quiero alcanzar.
No quiero pestañear por temor a que desaparezca tan hermoso ángel. Tiene sus alas extendidas para protegernos. Sus ojos me miran constantemente. La espesa lluvia hace que su castaño cabello caiga pesadamente sobre sus hombros descubriendo su bello rostro. Sus ropas aparecen blancas como la nieve en una pureza efímera sin mancharse por la sucia lluvia que cae. Entre el largo tiempo que observo inmóvil aquel ángel hermoso, su brazo derecho se extiende enfrente de mí. Su delicada figura apunta hacia mí. Ambos permanecemos congelados por el instante. El agua sigue recorriendo nuestros cuerpos incesantemente. Queríamos acercarnos en un movimiento definitivo. Con mi mirada fija en su figura, ella hace un gesto con su boca. El ángel despliega una sonrisa de par en par en su blanco rostro. Un radiante destello sale de su bella sonrisa opacando la blancura de su vestimenta. El ángel me sonríe. Una inmensa alegría recorre mi ser. Entre las dulces gotas provenientes del oscuro cielo se siente una pequeña gota salada recorrer mi mejilla. Indudablemente es ella, mi ángel. Aquella figura de la cual me he enamorado. Me siento inútil por no poder moverme ante tal hermosura. No puedo ni hablarle. Dos figuras con una historia sin escribirse y por contarse permanecen mirándose eternamente en una calle vacía. Escuchan el pesado golpeteo de las gotas caer al suelo. Mantienen fijas sus miradas en el rostro opuesto. Dos figuras desconocidas permanecen congeladas en el tiempo en un eterno esperar. Un bello ángel con un brazo extendido postrado delante de él y un cobarde que no se puede acercar. El inicio de una historia que está por escribirse. Dos figuras errantes en una calle vacía, un hermoso ángel y su cobarde amante.
¿Quién es ese ángel? Eres tu Niche. Te conozco. Eres el ángel de mis noches. Eres el ángel que se ha metido a mi mente y no me ha dejado en paz desde aquel hermoso día en el que te conocí. Eres el ángel que guarda mi camino. Eres el ángel de mis pensamientos más profundos y efímeros. Eres el ángel que ha controlado mi tiempo. El pasar de los días contigo se ha convertido en un eterno esperar para volver a ver tus preciosas alas. Eres el ángel que se ha robado mis sueños y los has convertido en nuestros. Eres el ángel que he querido abrazar y besar desde que me enamoré de ti. Eres el ángel de mi inspiración para escribir historias irreales. Eres el ángel que ha sacado lo mejor y lo peor de mí. Eres el ángel que me ha acobardado por tu bello resplandor. Eres el ángel de mis alegrías y de mis tristezas. Has puesto en mí una sonrisa de par en par por tu toque. Me has hecho llorar de soledad por tu inexistente partida. Me has hecho reír por tu remarcable presencia. Eres el ángel que ha penetrado por mis puertas a mi alma. Eres el ángel que ha entrado a mi corazón y lo has cubierto en una blancura resplandeciente por tus blancas alas. Eres un ángel desconocido para mí, pero daría mis segundos por volver a estar contigo. En este instante, debajo de la lluvia, inmóvil ante tu presencia, parado sobre la fría y solitaria calle delante de ti, tú lo eres todo para mí.
Sigo parado enfrente de aquella hermosa figura, mi ángel. Un sin fin de pensamientos inundan mi mente, pero mi boca sigue cerrada. Me siento inútil porque estando tan cerca de ella no puedo decirle lo mucho que la quiero. Por mucho tiempo la he estado buscando y ahora ella se encuentra con su brazo extendido a unos cuantos metros delante de mí. Día tras día, noche tras noche, ese ángel me ha perseguido en mis pensamientos y en mis sueños. De día permanece como una imagen constante siempre a mi lado. Me permite voltear a verla y seguir adelante. No me ha dejado en paz desde que me enamoré de ella, pero no quiero que lo haga pues ha inundado de alegrías mis tristezas. De noche aparece delante de mí tan blanca y resplandeciente como yo siempre la he recordado. Se encuentra parada a un lado de mi cama con sus alas extendidas para cuidarme. En mis sueños ella aparece continuamente, iluminando mis pesadillas y convirtiendo mis sueños en mi realidad. Sigo sintiendo las gotas deslizarse por mi piel. Sigo viendo a mi hermoso ángel mojarse por la pesada lluvia. Un repentino cansancio me hace cerrar los ojos. No quiero. Tengo miedo a que desaparezca en mi pestañeo. El tiempo se congela y con los ojos cerrados viene a mi mente un sueño hermoso. ¿Quién está ahí? Es ella.
La música se escucha en el fondo. La luna resplandece entrando por el balcón del salón. Todo parece crear un ambiente perfecto para nuestro encuentro. Estoy sentado solo en una mesa para diez personas al fondo del salón. Bebo incesantemente la copa de vino que me han dejado enfrente mientras espero a que ella llegue. En mi espera, veo a un sin fin de personas pasar delante de mi mesa, pero ninguna es ella. En el fondo suena una tenue música melancólica que me hunde en mis propios pensamientos. La había visto en la tarde previa a la reunión pero me he adelantado y he llegado antes que ella al salón. Traía ropa blanca. Se veía preciosa. Resplandecía entre todos los presentes. Parecía un ángel congelado en el tiempo. No había tenido el coraje para saludarla, pero sabía que ella vendría y que aquí tendría otra oportunidad para estar con ella. Sigo aguardando sentado en la solitaria mesa. Volteo y fijo mi mirada hacia la decorada puerta blanca esperando a que ella llegue.
El salón se empieza a llenar más y más, pero ella sigue sin estar aquí. La música sigue sonando, ya no tiene un ritmo melancólico pero la soledad en la que me encuentro convierte cada sonido en un nostálgico recuerdo de ella. Una pequeña curiosidad me hace voltear a la pista de baile. Muchas personas se encuentran en el centro bailando en parejas al ritmo de un vals sin letra. Todos están con la persona que quieren o al menos eso parece, todos excepto yo. Me encuentro solo, esperando a que un ángel ilumine mi oscuro salón. Volteo de nuevo hacia la puerta. Ésta se encuentra abierta. Busco desesperadamente alrededor de mí para intentar encontrarla. Doy mil vueltas por todo el salón con mi cabeza, pero no logro divisarla por ningún lado. Todas las personas se congelan, el tiempo se detiene y me ahogo en una inmensa desesperación buscando a aquella persona que quiero encontrar. Regreso mi mirada a la puerta con la ilusión de que ella no haya sido la que entrara. Los minutos pasaron y nadie más volvió a cruzar por la entrada. De pronto alguien se acercó a aquellas decoradas puertas de blanco y las cerró. Tras haber perdido toda esperanza de encontrarla, dirigí mi mirada a la ya vacía copa. La sostengo con mi mano derecha y la acerco a mi boca seca para sorber la última gota de vino que queda. La levanto viendo en dirección a las puertas del balcón. Se encuentran cerradas. Habiendo saciado mi sed, bajo lentamente la copa descubriendo el comienzo de las puertas. Una pequeña sensación de ilusión me inundó al ver que las puertas se encontraban abiertas. Un pequeño rayo de luz proveniente de la luna llena entra por aquellas puertas. La luna parecía ser la invitada de honor de esta reunión. Terminé de bajar la copa a la mesa y perdí mi mirada entre la inmensidad de la noche. En mi inconsciencia, un suave resplandor cegó mi vista desde el exterior. Parada, recargada en el barandal de concreto en el balcón, se encuentra mi ángel.
Estoy sentado solo en una mesa deshabitada. La copa de vino se encuentra vacía. La música sigue sonando y las parejas siguen juntas sin ganas de separarse. Sin embargo, todo esto carece de importancia al contemplar aquel blanco resplandor que ha venido a iluminar mi oscura noche. Ella se encuentra afuera en el balcón. Un impulso recorrió mi cuerpo. Me hizo levantarme de mi silla sin pensarlo. El tiempo sigue congelado. Las personas siguen bailando sin moverse un vals silencioso. El oscuro salón se ha inundado del hermoso color blanco de sus alas. Camino lentamente hacia ella. Veo su espalda. Sus brazos están recargados en el barandal de concreto. Siento pánico a cada pisada que doy para acercarme a ella. Siento heladas gotas de sudor recorrer mi piel erizada por el nerviosismo de abrazarla. No cuento los pasos que doy para estar frente a ella, pero los segundos se me hacen eternos. Esquivo las mesas que están entre ella y yo. Me acerco poco a poco a su bello resplandor. Me paro debajo del marco de las puertas corredizas de cristal. Me quedo contemplando su contorno por un largo rato. Me encuentro detrás de ella, inmóvil por el temor de verla cara a cara. Me acerco lentamente hacia el barandal del balcón. Estamos solos debajo de una hermosa luna blanca en medio de una noche sin nubes. Me emparejo a su lado derecho y recargo mis brazos sobre el barandal. Volteo a verla con una sonrisa. Ella está llorando. Me quedo sin palabras. No sé porque está así. Despego sus brazos del barandal suavemente con mis manos. Ella mantiene su rostro agachado, con lágrimas recorriendo sus ruborizadas mejillas. No se escucha ningún sonido. Todo se encuentra en silencio excepto por el tenue canto de la luna y el estruendoso recorrido de las lágrimas al caer. La sujeto con ambas manos. No hay palabras. Sin pensarlo le doy un fuerte abrazo. Rodeo con mis brazos su delicada silueta. Siento sus largas alas pasar detrás de mi espalda. Siento su delicada cabeza reposar sobre mi hombro. Todo se ha paralizado por un bello ángel. Ni el pasado ni el futuro existen. Sólo existe este momento donde estamos ella y yo. Despegamos nuestros cuerpos un poco. Permanezco con los ojos cerrados. Lentamente comienzo a sentir como sus brazos se desvanecen. Un súbito temor me inunda. Abro los ojos rápidamente para ver que ha sucedido. Despierto de mi sueño. La veo justo delante de mí.
La lluvia sigue cayendo pesadamente sobre nuestros cuerpos. La calle en la que estamos continúa completamente vacía. Siguen las dos mismas almas errantes sobre el húmedo pavimento. Sin embargo, la escena ha cambiado. El ángel se ha acercado a mí. La distancia entre ella y yo se ha acortado. Los infinitos metros que me separaban de mi ángel se han convertido en escasos centímetros para poder rosar su suave piel. Aún no puedo moverme. Su cuerpo sigue en la misma posición. Su brazo derecho sigue extendido hacia mí. Mi mano derecha casi puede sentir su delicada mejilla. No nos movemos más allá. El tiempo sigue transcurriendo y ninguno de los dos hace algún movimiento. Nuestros ojos permanecen mirándose fijamente. Puedo ver adentro de ella. Me pierdo en sus cristalinos ojos cafés. Esos hermosos ojos que me han robado suspiros una y otra vez se encuentran delante de mí, observando mi cobardía. Sus hermosas alas continúan desplegadas de par en par para protegernos. Su ropa y sus plumas continúan mojadas por la incesante lluvia. Siento una frustración inmensa al no poder tocarla. Tengo a mi amada delante de mí y no puedo estar con ella. Su sorprendente blancura me ciega. Hago un esfuerzo constate para no cerrar mis ojos y seguir contemplando a mi ángel. Un repentino resplandor hace dejar de verla. Su bello y blanco resplandor me ha obligado a juntar mis párpados por un momento. Intento resistir para continuar observándola pero su luz no me lo permite. Antes ella se acercó a mí, pero no quiero que desaparezca. Quiero seguir observándola eternamente aunque no pueda estar con ella. Quiero seguir sintiendo su presencia aunque mi boca tenga sed de sus labios. Quiero seguir congelado delante de ella aunque no pueda tocarla. Quiero seguir viviendo delante de ella con la esperanza de que algún día la lluvia cese, que nuestros cuerpos ignoren el tiempo, que nuestras almas dejen de andar errantes y por fin se encuentren. Quiero vivir en la esperanza de que ella sea mi ángel por siempre y que pueda abrazarla eternamente.
Permanezco con los ojos cerrados, cegados por su hermoso resplandor. Una imagen viene a mi mente. Un sueño que tuve con ella hace no mucho tiempo. Nos encontrábamos en un parque rodeados de gente. La noche caía mientras el cielo se volvía cada vez más oscuro. Parecíamos dos niños chiquitos jugando a la luz de la luna. No había temores ni rencores. Corríamos en el verde pasto y nos colgábamos en el frío pasamanos de metal. Los niños corrían alrededor de nosotros mientras todo parecía congelado por su presencia. El silencio era abrumador y entre todos los sonidos, su voz resaltaba como el sonido de un faro en medio del basto mar. Las estrellas y la luna eran espectadoras de nuestro efímero encuentro. Las nubes parecían moverse al compás de nuestros pasos sobre el frío suelo. Ella y yo estábamos arriba de un viejo pasamano verde al centro del parque. Los minutos pasaban y el parque se quedaba cada vez más solo. La oscuridad de la noche se volvía más intensa. Sin embargo, para nosotros todo seguía congelado. Seguíamos estando juntos a la luz de la luna en un silencio encantador. Un súbito movimiento de ella rompió la tranquilidad en la que estábamos. Se bajó rápidamente y salió corriendo por un lado del pasamano rumbo a un callejón oscuro cercado por edificios. Casi inmediatamente después de ella me bajé y la seguí. Una persona desconocida para mí se encontraba cerca del juego de metal. Me preguntó para qué la seguía. Le respondí que iba tras ella para cuidarla. Apenas había dado unos pasos cuando ella entró por aquel oscuro callejón. Corrí lo más rápido que pude. Después de unos segundos entré al callejón. Di vuelta a la derecha apenas entrando. Las luces de los edificios no eran lo suficientemente fuertes para alumbrar el camino repleto de tinieblas. Di unos cuantos pasos más y giré a la izquierda. Al voltear en la esquina logré verla. Apresuré mi paso para estar a su lado lo antes posible. Me acerqué a ella rápida y cautelosamente. La toqué del hombro y ella volteó a verme. Me preguntó a qué había venido. Le respondí que la seguí para cuidarla. A pesar de la tenue luz que se asomaba por el callejón, podía contemplar su blancura completamente. De la cabeza a los pies podía observar lo bella que se veía delante de mí. Su presencia relucía en todo el callejón. Aun sin saber si había una salida, sentía una paz inmensa estando con ella. No importaba que camino íbamos a tomar, pues lo recorreríamos juntos. Me acerqué un poco más a ella y me quedé viendo fijamente a sus ojos. No me pude contener las ganas de rosar su suave piel, así que me abalancé sobre ella para abrazarla. Quería abrazarla para poder sentir su cuerpo cercano al mío. Quería sentir sus alas rodear mi cuerpo. Quería extender mis brazos hasta donde me fuera posible para cuidarla en todo momento. Con un abrazo quería que fuéramos uno y permaneciéramos así eternamente. Cerré mis ojos en el trayecto entre ella y yo. Abrí mis brazos completamente y rodeé aquella silueta blanca que se trazaba enfrente de mí. Los segundos se congelaron y el tiempo se volvió eterno para rodear aquel bello cuerpo angelical. Poco a poco me acercaba a ella pero al mismo tiempo sentía que su calor desaparecía. Acerqué mi rostro antes que mi cuerpo hasta rosar su bella mejilla. Un ligero toque fue todo lo que necesité para inundar mi ser en alegría y tristeza. Apenas rocé su suave piel y todo se empezó a desvanecer. Mis brazos hacían un círculo alrededor de alguien que ya no estaba. Abrazaba al viento en medio de un callejón oscuro y sin salida. Abrí mis ojos lentamente. Un pánico inmenso sacudió mi cuerpo. No quería abrir mis ojos por miedo a que ya no la volviera a ver. Quería imaginar que su hermosa sonrisa aun resplandecía delante de mí. Quería imaginar que aún estaba con ella. Terminé de abrir mis ojos y me di cuenta de la cruel realidad. Una lágrima se me escapó y recorrió mi mejilla. Sentí como se deslizaba lentamente por mi piel y la escuché caer al suelo. Estaba solo en medio de un callejón oscuro, atrapado por edificios altos y viejos con una tenue luz apuntando como reflector sobre mi pena. Me encontraba solo debajo de una luna escondida por las nubes en una fría noche. Después de un rato comenzó a llover. Fue entonces cuando recordé que estaba soñando. Desperté.
Sigo parado en medio de la calle con los ojos cerrados. Aquella lluvia de mis sueños no fue más que un reflejo de la realidad. Siguen cayendo las pesadas gotas de agua sobre mi cuerpo. Sigo con mi brazo extendido hacia adelante. Sigo inmóvil debajo de la oscuridad de la noche. Todo parece estar igual. Sin embargo, siento un inmenso terror revoloteando en mi mente. Parece que algo ha cambiado. Lentamente abro mis ojos. Lenta y dolorosamente empiezo a darme cuenta de que ella ya no está. Volteo mi mirada para todos los lados accesibles sin mover la cabeza. No hay ningún rastro de ella. Su bello resplandor se ha desvanecido entre la espesa cortina de agua. El abrazo vacío en mi sueño era su desaparición en la vida real. No la siento más alrededor de mí. Pongo una sonrisa de tristeza sobre mi mudo rostro. Comienzo a darme cuenta de que mi parálisis se ha ido y que puedo moverme de nuevo. Bajo mi brazo despacio. Abro completamente mis ojos sólo para observar la espesa lluvia. Observo la tenue luz de la luna reflejarse en las gotas de agua que caen al suelo. Pestañeo una y otra vez sin cesar con la esperanza de que ella vuelva a aparecer, pero no es así. Aquel ángel que se había estado acercando en mi inconsciencia, ahora ha desaparecido en un pestañeo.
Mis sentimientos hacia ella no han cambiado, sigo enamorado de ella, pero ya no hay nada más que se pueda hacer. Mi ángel no se encuentra más delante de mí, ha desaparecido. En mi cobardía dejé que se escapara una vez más. El temor de acercarme a ella me ha alejado del ser del cual me he enamorado. Mi felicidad se ha escapado junto con ella. Me he quedado solo en una calle vacía. Una cobarde alma errante en busca de su ángel. Inconscientemente esperaba que algo sucediese. Un momento que me llenara de esperanza y que me diera la ilusión de que estaría con ella. Un rayo de luz que rompiera entre las cerradas nubes de mi noche lluviosa. Un instante efímero que cambiara nuestra historia para siempre. Pero nada sucedió por mi indecisión. Ella se ha ido. Yo me encuentro solo. La lluvia sigue cayendo fuertemente. Sigo pestañeando con la ilusión de que vuelva. La extraño. Te extraño mi bella figura angelical. Nunca me olvidaré de ti. Te seguiré esperando eternamente debajo de estas nubes para que estemos juntos y hagas brillar tu hermoso sol en medio de mi oscura noche. Nos volveremos a ver mi precioso ángel y esta vez será para siempre.

domingo, 27 de junio de 2010

El final de una historia que nunca se escribió...

He llegado a mi casa exhausto. Me recuesto sobre mi cama y abro mis brazos y piernas hasta tocar su borde. Expando mi cuerpo para no dejar espacio para que nadie más se acueste. Sé que no volverá. Días, semanas, incluso meses han pasado desde la última vez que le escribí a alguien muy querida. Permanezco errante en una cama desconocida para mí. Siento la ligera brisa tocar mi cuerpo en el extremado calor del cuarto. Cuatro paredes imaginarias me confinan en una soledad abrumadora, cuatro paredes que yo me he creado o que finjo haberlas creado, para no creer que alguien más lo hizo, me separan de aquella persona. Cierro mis ojos y trato de verla en mi mente. Ella está aquí.

Abro ligeramente mis ojos y una antigua puerta aparece enfrente de mí. Fijo mi mirada en la puerta esperando que ella la abra. Conscientemente sé que nunca la abrirá, no entrará por esa única salida de mis barreras imaginarias, pero aun así, vivo con la esperanza de que algún día ella entre y me saque de mi confinamiento. Clavo mi mirada al picaporte esperando que de vueltas. Cierro mis ojos e imagino que alguien entra. Es ella.

Han pasado ya meses desde que solo he querido que ella entre por esa puerta. Sentimientos encontrados me han abordado desde el comienzo de esta bella historia, aun así, la puerta sigue cerrada. Aun con mis ojos fijos en la puerta, me entra un súbito cansancio y me tumba sobre la fría almohada de mi desconocida cama. Mi mirada se ha cansado, pero mis pensamientos revolotean alrededor de mi cabeza pidiéndome algo, un rayo de esperanza que les de la ilusión de que al abrir mis ojos puedan volar fuera de mis paredes.

¿Qué pienso? La extraño. Quisiera que nuestra historia fuera diferente. Cuando estoy con ella todo resplandece. El entrar y salir y esperar que del otro lado encuentre su bella sonrisa me dan fuerzas para seguir. La veo y me hace sonreír aunque el resto del mundo este llorando. Cuando una multitud de personas se encuentran alrededor mío y me sofocan, su presencia realza y me permite ponerme de pie y caminar hacia ella. Entre los pensamientos que me abordan se encuentra ella. Espero algún día poder estar con ella, por ahora, permanezco en mi cama, con los ojos cerrados, escuchando el silencio del picaporte con las ansias de que se abra. No estamos juntos.

Sigo pensando y traigo a mi mente lo acontecido el día de hoy. Hace tiempo que no la veía y hoy esperaba fuera un día encantador para ambos. Al menos yo quería que fuese así. Hace unos días, en nuestro encuentro, se entrometió una barrera que no permitió estar juntos y que convirtió nuestra noche en otra distinta. Hoy se convertiría en aquel momento esperado donde podría estar con ella. Quería hablar con ella para decirle lo mucho que la había extrañado. Quería tomarla fuertemente con mis brazos para no dejarla ir. Quería darle besos en su bella y ruborizada mejilla para demostrarle el mucho cariño que le tengo. Sin embargo, no fue así.

Todo empezó como suele hacerlo. Muy de mañana llegamos al lugar predestinado para nuestro encuentro. Desde un principio yo quería festejarla por un importante acontecimiento para nuestras vidas. Quería sujetarla con un abrazo y darle las gracias por los inolvidables sueños que ella me ha brindado. A primera instancia no nos vimos. Cada quien se fue por su lado y anduvimos errantes hasta encontrarnos. Las horas pasaron, los minutos se volvieron eternos y cada segundo se volvió un largo esperar para volverla a ver. Durante la larga espera, hubo un momento, un instante hermoso, lleno de esperanza. Fue como imaginar mi puerta abrirse enfrente de mí y observar como un rayo de ilusión entraba en la habitación de mi confinamiento. Esperando, sentado sobre una fría y desolada mesa, ella entró.

Me encontraba sentado encima de la mesa de un cuarto ligeramente más grande de aquel que encierra mis pensamientos. En un momento de completa desesperanza, la vi entrar por aquella puerta blanca. Abrió la puerta en busca de alguien. Me decepcionó y entristeció que ella no me estuviera buscando. Me hizo dudar sí ella me había extrañado como yo a ella. Aun así, me encantó verla entrar a mi habitación. Su voz hizo vibrar mi corazón al escucharla hablar por primera vez en mucho tiempo. Al verla parada en el marco de la puerta una avalancha de sentimientos vino sobre mí. La luz del exterior penetraba detrás de ella a la habitación oscura. Dentro de mí, ella llegó a iluminar mis semanas de amargura por no haberla visto. Se veía hermosa. Me gustaría describirla con más palabras, pero no podría. Mis ojos estaban cegados ante su resplandor. Su bella sonrisa penetró en mí ser como una flecha de fuego a una fortaleza. Fijé mi mirada en aquella figura angelical. A pesar de que fueran solo unos segundos, sentí cómo mi mundo volvió a dar vueltas por su presencia. Y luego, algo maravilloso sucedió. En mi pérdida de consciencia, ante su ser, ella me miró y me sonrió.

Estábamos allí, dos almas errantes en busca de quien las completaran se miraban fijamente con una sonrisa de par en par. Me saludó levantando una mano, yo regresé el gesto con mi mano. Es difícil expresar lo que sentí en ese momento, pues su bella presencia había alegrado e iluminado la oscuridad de mi espera. Sin embargo, tan pronto como llegó, así también se fue. Me quedé inmóvil sobre la mesa, sin poder acercarme a ella, solo con mi mano levantada para ella. Se retiró y tras ella se volvió a cerrar aquella vieja puerta blanca. La habitación volvió a ser un confinamiento. Solo me quedé yo en las cuatro paredes. Ella ya no estaba.

Su bella imagen quedó plasmada en mi mente mientras mis pensamientos seguían revoloteando alrededor mío. El tiempo que parecía haberse congelado ante su presencia seguía su tortuoso movimiento habitual. Seguían pasando los segundos, esperando volverla a ver. La oscuridad del cuarto había regresado, pero ahora se encontraba encendida una tenue llama. Una luz que me guiaría a encontrarla de nuevo. Después de largas semanas, la volví a ver, bella y radiante, tal y como la recordaba. Debía seguir esperando a que el tiempo transcurriese para estar con ella. Muchos minutos pasaron y el movimiento de la gente indicaba que era el momento de encontrarme con ella. Estaba nervioso y a la vez alegre por esta oportunidad que se hallaba frente a mí. Volvería a estar con ella.

Corrí entre la multitud que se agolpaba alrededor mío para encontrarla. Esquivé un montón de masas hasta que logré verla. Con cautela y nerviosismo me acerqué a ella. Seguía viéndose hermosa. Me paré enfrente de ella y le dije hola. A partir de aquí, me hubiera gustado que todo fuera diferente, pero no lo fue.

Al estar frente a ella un sentimiento de ansiedad me abordó. Quería decirle todo lo que sentía, abrazarla, besarla, estar con ella. Pero ahí, frente a ella, se mostró indiferente. Volvió a aparecer la barrera que la última vez que nos vimos nos distanció. De nueva cuenta, estando juntos, sentí un abismo abrumador entre nosotros. Forcé un hola e intenté seguir con la plática, pero ella seguía volteando hacia otra parte, sin ponerme atención, siendo indiferente. Recordé por lo que había venido, me abalancé hacia ella y la abracé. Ella puso una cara de sorpresa. Le di un beso en la mejilla y le di las gracias. Me aparté y volví a estar frente a ella. El tiempo pasó, los segundos se congelaron y el transcurso del reloj no eran más que alfileres al corazón. Después de un tiempo, me di cuenta que seguiríamos estando así, que no cambiaría. Me despedí, nuestros hombros rozaron mientras caminaba al lado suyo, alejándome de ella. Nuestras espaldas se vieron y la distancia empezó a incrementarse. Una ligera y salada lágrima empezó a recorrer mi mejilla derecha. Una vez más me alejaba de mi cariño sin poder estar con ella. Una vez más sentí aquella desoladora soledad estando a su lado. Una vez más me dirigí a mi desconocida cama. Una vez más me encuentro recostado, solo.

¿Qué siento en mi mejilla? La misma lágrima que salió de mi ojo al alejarme de ella ahora vuelve a bajar por mi rostro hasta mojar la almohada. Sigo recordando aquel momento de alegría y tristeza. Un sentimiento de desesperación e impotencia, al verla parada enfrente de mí, ignorándome, me abordó estando sobre mi cama. La recuerdo. Su bella imagen resuena en mi mente. Me hubiera gustado un final distinto. El cansancio termina de tumbarme. Cierro mis ojos para seguir así permanentemente. Me transporto al mismo lugar donde la barrera había aparecido. Estoy de nuevo frente a ella. Esta vez será diferente.

La veo sonriente enfrente de mí. Es la misma historia escrita con otro lápiz. La abracé fuertemente con la misma intención que lo había hecho anteriormente. Nos separamos y nos vimos cara a cara. Antes de retirarme de la misma manera de aquella vez, ella me gritó con tono de reproche. Me dijo que si esa era la forma en que quería conquistarla, que sí así era la manera de tratar a quien quería. Esta vez ella fue la que se alejó de mí. Un semblante de tristeza y enojo cambiaron su bello rostro. Cruzó la calle a paso firme, marcando cada uno de sus pisadas con tal enojo que cada una me recordaba lo débil que yo era. Alejándose, vi una lágrima caer desde su ojo hasta golpear el suelo. El suave sonido de su bella gota de tristeza inundó mi ser. Corrí sin titubear hasta el otro lado de la banqueta. Corrí con la intención de acercarla a mí. Volví a estar frente a ella, pero en lugar de abrazarla y besarla, continúe con el reproche. Ahí estaban nuestras voces cortadas. Peleándose entre ellas, sin sentido, pero a la vez con un mismo sentimiento. Querían fusionarse, hacerse una en un silencio inmutable. Querían callarse mutuamente. Querían ser un solo sonido.

Comencé diciéndole que era lo que quería de mí. Que esperaba que yo hiciese. Que necesitaba hacer para estar juntos. Ella me mostró una cara de desprecio. Mostraba en su rostro un sentimiento de angustia. No quería hablar conmigo. No quería regresarme mis reproches. Sin embargo, yo sabía que quería gritarme, como se le grita a los cuatro vientos. Quería que estuviéramos juntos. De nuevo se alejó cruzando la calle a la banqueta donde todo había comenzado. No sabía que decirme y yo no sabía qué hacer. Pero, de la nada, la misma luz de esperanza que había brillado hace poco, se postró enfrente de mí. Me mostró el camino que debía seguir hacia ella. Sin titubear salí corriendo atrás de ella. Fue tan repentino el momento que no se dio cuenta en que instante empecé a correr. Antes de llegar a ella, alcanzó a voltear. Di un brinco y ambos extendimos nuestros brazos. Caí en sus brazos y la apreté con muchas fuerzas. Nos sostuvimos el uno al otro. Por fin estábamos juntos, como queríamos. Nos abrazábamos con mucho ímpetu, ninguno de los dos quería separarse. Sentí mis mejillas empaparse por nuestras lágrimas. Alrededor de nosotros todo se congelo. Un abrumador silencio se escuchó y solo se oía nuestra respiración y nuestros corazones latir por el otro. Entre el silencio, una tenue voz retumbó en mi mente y sin pensarlo dos veces le demostré mi sentimiento. Te quiero Niche.

Permanecimos abrazados por un largo tiempo. El tiempo seguía detenido sin intenciones de moverse. Le dije si quería que nos retiráramos a un lugar más solo. Caminamos tomados de la mano por la larga banqueta que antes había sido espectadora de nuestra disputa. Caminamos sujetos el uno del otro hasta llegar a una pared amarilla que se encontraba detrás de mí y ella se puso enfrente de mí. Nos tomamos de la mano y empezamos a hablar de nuestra relación. Casi al final de nuestra conversación me puse de pie. Nos encontramos los dos cara a cara y en un instante, abalanzamos nuestros labios hacia el frente. Nuestros labios se encontraron en el trayecto. Nuestras voces por fin se habían unido en un solo sonido. Fue un beso magnífico y único. Después de un largo esperar, nos encontrábamos abrazados, con nuestros cuerpos unidos, besándonos. Parecía que era el comienzo de una nueva historia. Una nueva historia que escribiríamos con la misma mano, sin embargo, no fue así. En la misma alegría que me abordaba, todo empezó a desvanecerse. Ella ya no estaba.

Una oscuridad nubló mi vista y una luz horizontal se mostró enfrente de mí. Abro mis ojos y volteo a mis lados. Ella no está conmigo. Volteo hacia el frente y vuelvo a fijar mi mirada a la vieja puerta. Todo había sido un hermoso final feliz, sin embargo no era cierto. La puerta seguía cerrada.

sábado, 24 de abril de 2010

Soledad...

Todo ha empezado como una mañana común y corriente. Escucho el sonido de los pájaros piar “pio, pio” en las afueras de mi ventana. Siento los rayos del sol traspasar el umbral cristalino que separa el exterior de mi cuarto. Muevo mis brazos a lo largo y ancho de la cama buscando a la persona que tanto deseo. Aún tengo los ojos cerrados así que mi mundo sigue cubierto en tinieblas. Extiendo mi cuerpo hasta los bordes infinitos de mi cama con la esperanza de contactar a aquel ser que tanto anhelo. Entonces algo me hace abrir los ojos. Un pequeño sonido irrumpe el silencio en el que me ahogaba. Abro súbitamente mis ojos y es cuando me doy cuenta. Estoy solo.
Permanezco inmóvil sobre mi vasta y ancha cama. Siento gotas de sudor recorrer mi cuerpo. En el mundo exterior está haciendo demasiado calor. Supongo le podría atribuir mi sudor a eso. Pero adentro de mi cuarto, encima de mi cama, se siente un frío abrumador. El correr del viento no hace más que helar las extremidades de mi cuerpo. A mi cama, a mi ser, a mí me hace falta algo, alguien, que me sostenga de no caer del barranco, alguien en quién acurrucarme, alguien a quién besar, alguien a quién abrazar. Me hace falta mi otra alma. A ello le atribuyo mi sudor, a una desesperación inmensa, un vacío lleno de tristeza, un anhelo eterno, una esperanza destruida constantemente. Al abrir mis ojos es lo primero que pienso, es lo primero que siento. La extraño, ahora sólo quedo yo.
Porqué sentirme así, si permanezco sobre mi cama, si aún soy joven y no he hecho más que levantarme de mi efímera vida. Un temor me abordó mientras vivía. ¿Alguna vez se han sentido solos? Estar rodeados por demasiadas personas y darte cuenta de que las odias. Detestas el constante parloteo emanante de las retorcidas bocas. Te fastidia el repetido choque de sus cuerpos. Odias el sentir su presencia tan cerca que sientes que tocan tu ser. Aborreces el rechinido de su calzado contra el frío y duro piso en el que estás parado. De sobremanera odias las hipócritas sonrisas que se muestran entre ellos. Sientes como si sus fauces se burlaran de ti. En medio de esa soledad sientes que alguien te hace falta. No importaría esa masa de personas que se congregan alrededor tuyo si tuvieras a aquella persona que tanto te importa. Pero te das cuenta de que no está, de que por más que lo desees, sigues estando solo.
Un sueño, una vida, morir, despertar, miedo, coraje, eso es lo que sientes cuando te levantas y sientes que algo te falta y que darás todo por encontrarlo. Todo empezó en un enorme frío y oscuro cuarto. Estábamos viendo una película recién estrenada. Yacíamos sentados en la fila de en medio en la orilla izquierda. Ella se encontraba a mi derecha. Alrededor nuestro había mucha gente. Había un silencio encantador mientras nos entreteníamos viendo la película. De pronto se acabó y la barrera del silencio se rompió. La gente empezó a parlotear y a pararse de sus asientos. Para nosotros todo seguía en calma y en silencio porque solo existíamos ella y yo. Cuando estamos juntos nada más existe, estoy yo para ella y ella está para mí. No hay nadie más y esto me llena de felicidad.
Decidimos pararnos también y salimos abrazados de la sala. Caminamos el largo pasillo. No quería que acabase ese momento. Debido al tiempo que habíamos esperado, estábamos solos en el pasillo. Nadie nos veía. Solo nosotros dos, abrazados, existíamos en ese pasillo, en ese momento. Un impulso recorrió mi cuerpo. Sin darme cuenta, abalancé mi boca para besar sus delicados labios. A pesar de que era algo que hacíamos cotidianamente, y no malinterpreten, cada beso con ella es un éxtasis de sentimientos indescriptible, fue un beso magnífico. Ninguno de los dos lo esperaba, fue un beso no planeado, de aquellos que te hacen perder la conciencia, que te hacen encerrarte en ese momento, de adueñarte de él. Nos separamos con una sonrisa de par en par en nuestros rostros. Seguimos abrazados y continuamos caminando hacia el fin rechazado del pasillo.
Al salir del lugar nos encontrábamos en la entrada del cine. Ya no nos encontrábamos abrazados, pero ella seguía a mi derecha. Nos dirigimos rumbo al elevador. Antes de llegar, ella me detuvo con sus suaves y tiernas palabras. Me dijo que quería que estuviéramos solo nosotros dos otra vez, pero esa vez más íntimamente. Me dijo que quería que la hiciera mía, que consumara nuestras existencias, que las convirtiera en una sola. Que creará un momento donde solo estemos ella y yo. Le dije que sí. Lo tomé de la mano y nos dirigimos al elevador esta vez con más rapidez. Antes de poder entrar se nos acercó una muy buena amiga mía enfrente de nosotros. La saludé con entusiasmo y las presenté mutuamente. Mi amiga se encontraba del lado izquierdo mío y ella estaba del lado derecho. Ambas estaban enfrente mío. Mi amiga se acercó a ella y le dio un abrazo. Se veía gustosa de conocerla. Se movió un poco para atrás y le apretó los cachetes como a una pequeña niñita. Ella se mostró con una cara de fastidio pero no apartó las manos de mi amiga. Después de la cómica escena, mi amiga y yo seguimos conversando. Me dijo que andaba de paseo y que había otros amigos suyos y míos también. Me dio gusto encontrarla y sus noticias me llenaron de felicidad. Sin embargo ella me interrumpió casi bruscamente. Me repitió que quería que la hiciese mía. Le dije que estaba bien. Me despedí de mi amiga y continuamos hacia el elevador. Debido a que ella llevaba prisa se adelantó y yo me quedé conversando. Cuando terminé, bajé el elevador hasta la planta baja del centro comercial en el que estábamos.
Al llegar a la planta baja vi que ella ya se encontraba fuera del centro comercial. Esa vista no duró mucho porque al primer paso que di que resbalé. No se cómo o porqué, pero el piso se encontraba congelado. Al resbalarme me fui a estrellar con la pared en el lado opuesto del lugar. Quise recuperarme pero no me pude levantar, así que no me quedó de otra más que deslizarme hacia la salida. Me empujé con mis brazos hacia atrás y me agarré de una banca en medio del lugar que estaba cerca de la salida. Una mujer desconocida se encontraba sentada sobre la banca. Se reía ante mi desesperación de salir de ese gélido lugar. Finalmente logré empujarme hacia la salida y reencontrarme con ella, mi amor eterno. Me ayudó a levantarme y la sostuve por detrás. La abracé de la cintura y recosté mi cabeza sobre su hombro derecho. De esa manera nos alejamos y nos perdimos entre la inmensidad del estacionamiento. Esa noche empezó a llover fuertemente. Nos separamos, cada quién se fue por su lado, felices y con la esperanza de encontrarnos al día siguiente. Así sucedió.
En la mañana nos encontramos en la escuela. Como siempre nos saludamos y permanecimos el uno al lado del otro hasta que el molesto timbre nos separó y cada quien se fue a su salón. ¡Qué eterno esperar! Cada mañana esperar que cada una de las clases acabe. Sentir que el tiempo se ha vuelto tu enemigo porque te separa de la persona que más quieres. Los segundos se han convertido en horas y ves el infinito pasar del tiempo con una desesperación inmensa. Y todo esto por estar una vez más con aquel ser que tanto quieres. Todo por saborear esos labios que te han alejado por un capricho de tu enemigo el tiempo.
Acabaron las clases como suelen hacerlo. Me he vuelto una vez más loco esperando a aquella persona. Pero sé que eso no importa porque ella me volverá a mi cordura o nos enloqueceremos más, pero juntos. Volvimos a ser los dos, a ignorar el mundo exterior y a encontrarnos de nuevo solo nosotros dos. Caminamos juntos esquivando a la gran masa llamadas personas rumbo a nuestro lugar predestinado. Seguía lloviendo desde la noche anterior. Caían fuertes gotas desde un cielo nublado. A nosotros nos encanta la lluvia, así que hemos dejado este impedimento de lado y lo disfrutamos. Llegamos a nuestro lugar y nos encontramos con la sorpresa de que había sido invadido por gente ajena a nuestra existencia. Debo admitir que estábamos decepcionados por este hecho. Aquel lugar que tanto anhelamos por largas horas se veía infestado por parásitos del poco tiempo que teníamos. Sentimos como si el tiempo tuviera aliados que extendían sus brazos de retención para alargar el momento de nuestro encuentro. Estuvimos rodeados de esa gente por un largo rato. Sin embargo una desesperación inmensa me invadió. Me embriagué del pestilente hedor de las personas a mí alrededor. Me levanté súbitamente y salí corriendo entre las gotas y la multitud apabullante. Sentí como si mil rostros se burlaran de mí por ser un iluso y esperar algo que me era arrebatado a cada segundo, y aun así yo tenía, tengo esperanza. A donde quiera que mirase se encontraba gente. Me paré en medio de una explanada buscando un lugar donde pudiera estar solo, donde nadie me viera. Seguí corriendo y me senté en una esquina del edificio principal. Agaché mi rostro y creo haber sentido lágrimas recorrer mis mejillas. De pronto escuché una reconfortante voz, era ella.
Levanté mi mirada y la vi. Su tierna y delicada sonrisa se alzaba enfrente de mí. Fue como un destello de esperanza entre las tinieblas de aquella sucia sociedad. Se sentó a mi lado derecho y me dijo que no me preocupara. Acercamos nuestros rostros y nos dimos un beso. El rose de nuestros labios fue excelso. Todo lo demás desapareció ante la belleza y simpleza de este beso. Sentí sus suaves porciones de carne chocar contra las mías. Sentí su delicado cabello rosar mis mojadas mejillas por el impulso del beso. Pude ver con mis ojos cerrados a la persona que tanto quería con una perfección casi aterradora. El beso solo fue un instante, un instante que ahora quedará grabado eternamente en mi memoria. Nos separamos y nos vimos mutuamente. De pronto ella se paró y salió corriendo entre la multitud. Me quedé sorprendido. No quería dejarla ir, así que me paré y salí corriendo tras ella. De pronto todo se empezó a tornar oscuro. Había caído una noche repentina. Corría sin aliento tras la mujer que tanto quiero. Las personas alrededor de mí se tornaron en lobos feroces que me devoraban una y otra vez con sus miradas. Mostraban sus colmillos con el mismo odio que yo les tenía. Corrí con un miedo que me abordaba en todo mí ser. Corrí hasta que ya no pude más. Todo se tornó negro, ya no había lobos, ya no corría, ya no veía. Desperté y me di cuenta. La extraño. Estoy solo.

lunes, 5 de abril de 2010

Una noche nublada...

Es curioso lo que uno puede llegar a sentir por una persona en tan poco tiempo. En la mañana, esa persona solo representa para ti una gran amistad pero conforme avanza el día, te das cuenta de que en la tarde quieres estar con ella y que no quieres que se haga de noche sin recibir un beso suyo. El tiempo transcurre indiscriminadamente y cuanto te das cuenta ya has perdido valiosos momentos que pudieron ser utilizados para llegar al corazón de la persona que quieres.
Las nubes cubrían aquel cielo estrellado que deseábamos ver. Hoy no me toca hablar de mi niña, sino de una persona real a la cual admiro y quiero mucho. Bajo la luna he aprendido como se siente un mero espectador al observar una bella obra de arte a la que no se puede acercar. Sentados en una terraza, sentados a la luz escondida de las estrellas, he sentido una barrera que me separaba de aquella persona. Mis sentimientos hacia ella parecían confusos al principio. Ahora me queda claro que quiero estar a su lado y que derribaría cualquier muralla para estarlo.
Por ahí se dice que estar solo no es que no haya gente, sino que estando rodeado de personas, te falte aquella a quien quieres y consideras especial. Sin embargo, qué significa que estando sin nada de gente y solo esté aquella persona con la que quieres estar, aun así te sientas sólo. Muchas personas menosprecian el valor del silencio y de la soledad. Sin embargo, estando un momento a solas con ella, he sentido que el silencio dice mil palabras y que la soledad se ha envuelto en un mercado de sentimientos. Sentados debajo de las nubes yo solo pedía un poco de lluvia para asemejarse a un sueño que tuve anteriormente.

Estábamos en una iglesia junto con los demás miembros escuchando atentamente a la predicación. Acabando el culto habría un convivio con los miembros de la iglesia arriba, en el salón social. Tras acabar el sermón, todos empezaron a salir por una puerta corrediza de vidrio hacia el salón social. Yo me adelanté y me puse en la puerta central de la iglesia esperando verla para poder decirle algo. Mucha gente salió amontonándose y entre todos ellos pude distinguir a la persona que buscaba. La tomé de la mano y la saqué de la multitud. Le dije que tenía que decirle algo, que si tenía tiempo. Respondió que tenía que subir al salón social para hacer algo, pero que me escucharía atentamente. No recuerdo que llevábamos puesto pero la iglesia venía de blanco en su mayoría. Caminamos el pequeño tramo desde que la tomé hasta afuera de la puerta principal de la iglesia. No nos vimos en esos eternos segundos, pero nuestras manos estaban entrelazadas como un candado que se niega a abrir. Nos pusimos del lado derecho de la entrada del templo y ella se colocó delante de mí. En esos momentos una ligera lluvia empezó a caer sobre nuestros hombros. La lluvia poco a poco se fue intensificando hasta convertirse en un aguacero que terminó empapándonos a los dos. No le di importancia a la lluvia pues estaba con la persona que quería estar y eso me importaba más que una camisa mojada.
La veía directamente a los ojos empapados, su pelo estaba caído por el peso del ligero aguacero. Le recogí el pelo poniéndoselo detrás de la oreja para descubrir su hermoso rostro. La tomé de la nuca y la acerqué a mi cara. Tiempo atrás, ella y yo nos habíamos dicho lo que sentíamos el uno por el otro. Yo le dije que la quería como algo más que una amiga y que quería ser de ella eso que yo mencionaba. Seguía agarrando su nuca, se veía tan bella y la poca luz que había, resplandecía en las pequeñas gotas de agua que recorrían su delicada mejilla. Le dije que ya ambos habíamos dicho nuestros sentimientos y que me gustaría tener una relación con ella. Ella solo sonrió y volteó su mirada apenada por las tenues palabras. No respondió nada y sabía que el tiempo que nos quedaba se acortaba. De la nada, me recorrió un impulso y me abalancé a sus labios como una ligera brisa toca las flores de un campo primaveral. Nuestros labios chocaron en una ligera fricción corporal y en un alboroto sin fin de sentimientos. Nos despegamos casi inmediatamente para el tiempo, pero para mí, las gotas de lluvia se congelaron en el espacio y solo existíamos ella y yo, nuestros cuerpos y nuestras almas danzaban en un baile sin movimiento. Nuestras miradas chocaron como dos seres que en su intento de no encontrarse, su encuentro se vuelve especial y vergonzoso. Lo próximo que recuerdo es el oír de las gotas chocar contra la calle vacía de enfrente de la iglesia y el ver una hermosa sonrisa tras el inesperado encuentro.
Nuestros labios ya se habían separado pero aún quedaba la sensación del pequeño rose que había detenido nuestros mundos por un instante. Antes de que pudiera mencionar una palabra ella dijo que tenía que retirarse. Sabía a donde iba y lo que tenía que hacer así que le dije que estaba bien. No fui inmediatamente tras ella. Caminé al salón social por la puerta a un costado y me acomodé entre todos los miembros que estaban ahí reunidos. Me coloqué enfrente de una barda al fondo del salón social. De pronto la veo entrar por la puerta principal del lugar y desde lejos me le quedé mirando con un sentimiento de paz y alegría. Gracias…Niche.


sábado, 20 de marzo de 2010

La cima de mis sueños...

Era ya casi de noche cuando llegamos a la cima de la montaña. Había sido un camino largo y cansado. Mi amigo y yo nos detuvimos un poco para admirar el paisaje que nos daba la montaña de la antigua y bella ciudad. Se veían los edificios anaranjados por el ocaso del sol. Se empezaban a ver las luces de las calles y los carros encenderse para alumbrar la imagen de aquella ciudad.
Casi era de noche y mi amigo empezó a conversar conmigo. Me preguntó cómo íbamos a bajar, que ya era muy tarde y el descenso por la inmensa montaña podría resultar peligroso. Esa ansiedad provino de lo oscuro de la verdea y la presencia de animales salvajes en la misma. Le respondí que no sabía, que ya veríamos la forma de bajar.
Atrás de nosotros se encontraba una colima que tapaba la vista del panorama del paisaje de la montaña. Le sugerí a mi amigo pasar la colima por encima y dirigirnos a una estación unos pasos más adentro en el paisaje. Subimos la colima y en la cima todo el panorama cambió. El cielo dejó de estar oscuro y se tornó azul claro. Las nubes grisáceas que nos habían acompañado en la oscuridad se tornaron en blancas resplandecientes como la blancura de la nieve. El pasto que pisábamos tenía un color verde vivo. Mi amigo y yo sentíamos una felicidad inmensa al ver la belleza que nos rodeaba en el paisaje.
Al verlo todo no dudamos en lanzarnos boca abajo a abrazar la tierra en la que estábamos parados. Caímos agarrando el pasto verde que nos rodeaba. Dimos vuelta y sentimos lo suave de las hojas en nuestra cara. Al pararnos de pie seguimos nuestro camino a la estación. Después de unos pasos vimos un claro y apacible arroyo que cruzaba y complementaba aquel hermoso paisaje. Nos acercamos a él y empezamos a verlo detenidamente. El arroyo fluía tranquilamente. Tenía sus aguas tan claras que se podía ver el fondo sin ningún problema. Tenía una profundidad de metro y medio aproximadamente. Sentimos una extraña necesidad de beber de aquel deleitable arroyo, pero antes de hacerlo alguien nos detuvo.
Mientras contemplábamos la belleza del riachuelo vimos que se acercaban dos personas, una era mi mejor amiga, la otra una amiga de ella. Llegaron con nosotros y empezamos a platicar del arroyo. Mientras lo veíamos surgió la idea de beber de él. La primera en beber fue la amiga de mi mejor amiga. Se agachó y acerco su mano para recoger un poco de agua y llevársela a su boca. Dijo que el agua estaba deliciosa y que es el agua más buena que había probado en su vida. Yo fui el siguiente que iba a probarla, pero antes me puse a observar el arroyo de manera más atenta. Al otro lado había una tapa rosada junto al pasto adyacente al río. Decidí quitarla para evitar que contaminara aquella belleza tan perfecta. Acercando mi rostro para tomar agua me di cuenta de que un bicho curioso permanecía inmóvil a la mitad del arroyo. Era de color café, no sé si estaba muerto o vivo pero yacía parado, suspendido a la mitad de la profundidad del riachuelo. No me importó el bicho y sumergí mi mano derecha para sacar un poco de aquella agua. La bebí e inmediatamente me puse de pie. Al lado izquierdo mío había una pared como de escalar, sin darle mucha importancia proseguimos nuestro camino a la estación.
Caminamos los cuatro juntos contemplando el paisaje a nuestro alrededor hasta llegar a la estación. Al llegar tocamos la puerta mi amigo y yo mientras mi mejor amiga y su amiga esperaban atrás. Se abrió la puerta y salió un hombre como de treinta años de edad con una camisa a cuadros y un pantalón de mezclilla. Le preguntamos cómo podíamos bajar de la montaña de manera segura porque la noche oscurecía el camino. Salió un poco de la puerta y levantó una enorme roca con tanta facilidad que parecía que no pesaba nada y así era. Debajo de la piedra se encontraba un túnel que según él daba con el pie de la montaña. Volvió a la estación y cerró la puerta. Fuimos con nuestras dos amigas y les contamos la forma de salir.
Antes de dirigirnos al túnel, nuestras amigas nos hicieron una pregunta. Nos preguntaron dónde estaba el tesoro de estas tierras. Yo le respondí que todo a nuestro alrededor era un bello tesoro natural. Ellas me dijeron que tenía razón pero que debía haber algo más. Levanté la misma piedra que el señor levantó y la estrellé en contra de una pared cercana a la estación. La piedra se desmoronó en muchos pedazos grandes y en uno de ellos vi una pepita de oro. Mi mejor amiga me pidió por favor que le diera la pepita, así que se la di. Seguí rompiendo la piedra con mucha facilidad y encontré otra pepita de oro, la cual guardé en mi bolsillo derecho. Mi amigo me preguntó si había más pepitas, pero ya no pude sacar más.
Después de recoger la pepita regresamos a la estación y entramos a ella. Vimos al señor y le reclamamos por qué tenía todo ese oro oculto para él. Él respondió que era suyo. Yo le dije que lo denunciaríamos para que te quitaran el oro. Salió corriendo al paisaje y tomó otra de las piedras que contenían oro destapando así un segundo túnel. Volvió a entrar a la estación reclamando que el oro era suyo. La piedra había tomado forma de cabeza humana y la cargada abrazándola con ambos brazos. En el inter mi mejor amiga me preguntó si estaba bien lo que estábamos haciendo. Le respondí con otra pregunta, si estaba bien robar. Ella me respondió obvio que no, pero que mirara bien. Me dijo si estaba bien destruir el futuro que el señor había construido con el oro, arruinar su vida, solo por hacer lo correcto. Me quedé callado.
Salimos de la estación y nos dirigimos a la bajada. Destapamos una tercera roca que se encontraba cerca y descubrimos un nuevo túnel. Nos dejamos caer por el túnel, parecía como un resbaladero sin fin. Estaba oscuro y caíamos a gran velocidad. Después de un tiempo llegamos al pie de la montaña. Era un lugar oscuro y los cuatro nos miramos extrañados. Una voz sonó preguntando dónde estábamos. Respondí no sé, pero hemos llegado.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Para una amiga muy especial...

Mi inocente niña...


Hace mucho que no me sentía así, hoy me he despertado con un vacío en mi mente y en mi corazón. Hoy me he enamorado de mi niña ideal, aquella que solo se encuentra en mis pensamientos. La conocía de una manera diferente, no era mi niña adoptada que me había ayudado a salvar la galaxia y muerta por mi estupidez. No era mi hija que había nacido de una madre y esposa imaginaria. La soñé como una chava hermosa, radiante, ideal, en fin perfecta para mí.
Mi sueño no se llevó a cabo en mi cama durante mis horas regulares de dormir. La soñé durante una clase libre en mi escuela, no me quejo de la ubicación más agradezco que el pequeño tiempo que me tomé, mi mente lo aprovechó en ella.
Era un día normal de clases en la preparatoria. Era la clase previa al descanso y no teníamos maestro. Mi grupo y yo habíamos organizado una especie de convivio, y sin maestros nos disponíamos a llevarlo a cabo. Para comer quedamos que serían sincronizados con frijoles. Tres amigas del salón se encargaron de prepararlas para repartirlas a todo el salón. Yo vagamente veía lo que sucedía pues las luces estaban apagadas y a penas me despertaba de soñar. Pareciera que la realidad en la que vivo son mis sueños y que mis sueños son la realidad en la que debo vivir. Me dormí en el banco en el que soñaba en la realidad y me desperté en el banco de mis sueños.
A mi izquierda estaba una de mis amigas encargadas de preparar la comida. Ella preparó el primer plato y cuando la vi, se disponía a comérselo. Le pregunté por qué se lo comía, si aún no era hora del convivo. Me respondió que era porque tenía hambre. No pregunté más. Se pueden preguntar por qué no voy directo al grano y describo a mi niña, pues de ella se trata este relato. El relato sí se trata sobre ella, pero quiero mostrar una parte muy importante de la relación entre ella y yo. Me levanté de mi entresueño y del banco en el que estaba. El banco se encontraba al lado de una ventana. Caminé hacia la parte delantera del salón de clases donde se encontraba un escritorio. En mi camino alguien de mis compañeros prendió las luces, no vi quién era, pero creo que es irrelevante para el acontecimiento.
Al llegar a adelante di vuelta hacia la izquierda rumbo a la puerta, observé a tres compañeros que estaban jugando en sus computadoras portátiles. El juego era de unas lombrices que tenían que matarse entre ellas. De nuevo esto puede parecer irrelevante, pero establezco mi punto. Algo curioso es que yo sabía que eran lombrices pero su imagen se asemejaba más a la de un caracol.
Al llegar a la puerta, no salí del salón, regresé hacia el escritorio donde me topé con dos compañeros. Ambos sostenían una caja de modelos a escalas de robots de una serie muy conocida. A mí me encantan ese tipo de juguetes, así que les pregunté que donde los habían conseguido, ya que para estos tiempos ya no se producen más. Me dijeron que habían sido un regalo de otro compañero, al cual señalaron. Volteé mi cabeza a ver a la persona señalada, la cual se encontraba en el medio al fondo del salón. Le pregunté donde los había comprado, pero no me supo responder. Volví mi mirada al escritorio y ya no estaban mis compañeros, pero las cajas de los juguetes seguían ahí. Los tomé y me di cuenta que justo encima del escritorio había un estante con muchos juguetes. No tomé ninguno porque en ese momento me di cuenta de que tenía hambre.
Volví rumbo a la puerta y en las dos últimas filas se encontraban mis compañeras preparando la comida para el convivio. Ahora no preparaban sincronizadas sino molletes con frijoles y queso. Yo accedí a ayudarles a repartir la comida para agilizar el proceso y así comer antes. Empecé a repartir la comida y me topé con la misma compañera que ya había comido antes. Le pregunté por qué agarraba otro plato si ella ya se había servido y me dijo que era porque seguía con hambre. No le di mucha importancia y seguí repartiendo platos. De nuevo regresé con ella y le recogí el plato pensando que era para servirse, pero luego recordé que ella se lo comería así que le pedí disculpas. Ella respondió diciendo que no había problema porque no lo comería, entonces se lo di a alguien más. Ese fue el último plato que repartí y creo que yo no comí, pero no es de gran importancia, ya que en estos casos no te da hambre. Me volteé hacia la puerta y esta vez si la abrí. Había unas escaleras a la izquierda que iban hacia arriba donde había una especie de cafetería. Subí las escaleras y entré a la cafetería. Aquí aparece mi niña. Espero hayan entendido mi punto.
La cafetería estaba dividida en tres partes. El pasillo que era por donde entré, un ala a la izquierda que estaba separada del resto por una pared de vidrio y un ala a la derecha continua al pasillo. En ambas alas había mesas para sentarse. En el ala de la izquierda había una tele encendida y en el ala de la derecha se encontraba la barra de alimentos. El nombre de la cafetería no lo recuerdo pero sonaba a algo Factory. Seguí caminando hacia el frente del pasillo y vi que un buen amigo estaba sentado en una mesa grande en el ala izquierda. Pasé la pared de vidrio y me senté enfrente de él. Él estaba comiendo un helado de cappuccino y veía un programa en el televisor. El plato de helado era grande y en el otro extremo se encontraba otra cuchara. Ambos comíamos helado del mismo plato mientras conversábamos y veíamos la tele. Después de un rato se acabó el postre y me dirigí a él para pedirle más comida porque tenía hambre. Él me mostró una cara de desapruebo y solo puso dinero sobre la mesa y me dijo que yo fuera. No repelé.
Me levanté de la mesa y me dirigía a la barra de alimentos, pero ella me detuvo. Al cruzar la pared de vidrio volteé hacia la derecha y la vi. Era una chava hermosa, no era ni más grande ni más pequeña que yo. Era de mi edad y de mi estatura. La vi de espaldas parada enfrente de un espejo. No dudé en acercarme a ella y empezar a hablarle. Al parecer ya la conocía, claro que la conozco, es mi niña después de todo. Todo empezó con un hola normal, nada de cosas extravagantes y sin dificultades. Al continuar nuestra plática empecé a quedarme sin habla. Ella se veía tierna, hermosa, inocente y un tanto tímida. Yo me asusté un poco y empecé a desesperarme porque no podía hablar bien con ella. Era una chava muy bonita. Tenía el pelo largo y rubio con rayos castaños. Sus ojos eran de color azul y su piel era blanca como la nieve. Era delgada y tenía una figura perfecta. Ella es para mí todo lo que había deseado. Debido a esto me animé a hacer lo siguiente. En medio de nuestra conversación le pregunté a media voz que si quería salir conmigo. Ella me respondió que no podía porque su padre no la iba a dejar. Yo le seguí insistiendo. Le dije que me diera una oportunidad para ver como resultaban las cosas. Ella seguía con la cabeza agachada, aún sin acceder. Le volví a insistir pero esta vez la sujeté del hombro y la acerqué a mí. La estaba abrazando y nos veíamos enfrente del espejo. Le decía que nos viera juntos, lo bonito que nos veíamos y la pareja perfecta que hacíamos. Ella levantó la mirada y sonrió, pero al mismo momento me apartó de su lado.
Yo estaba a su lado izquierdo y ella a mi lado derecho. Al alejarnos la puerta detrás de mí en el pasillo se abrió y entraron muchas personas. Entre la multitud del pasillo nos perdimos. No sé si lo mencioné antes, pero la cafetería estaba sola, solo mi buen amigo, mi niña y yo. Después que la perdí de vista estaba un poco deprimido y pensaba en ella. No me atrevía a regresar con mi amigo así que me dirigí a una mesa en el ala derecha de la cafetería. Me senté en silencio en una mesa en la esquina del cuarto. La silla en donde estaba sentado estaba pegada a la pared. A mi lado izquierdo se encontraba una chava desconocida para mí y frente a ella otra.
Después de un tiempo enfrente de mí se sentó una chava que solo he visto en televisión. No estábamos hablando, yo permanecía en silencio al igual que ella. Después de un tiempo dije en voz alta “soy patético”. La chava enfrente de mí me volteó a ver y puso una cara de desagrado, se paró y se fue de la mesa. Se dirigió hacia el cuarto donde estaba mi amigo, abrió la puerta corrediza de cristal, entró y se sentó junto a él. No sé de qué habrán hablado, pero ya no les puse atención. Después de ver alejarse a esa chava regresé mi mirada a las otras dos chavas que estaban a mi lado izquierdo. Ellas también se alejaron mirándome de forma curiosa. Después de un tiempo me encontraba sólo en la mesa.
Pasó un rato estando sólo en la mesa cuando vi a un señor caminar dentro de la cafetería. Era un hombre alto, caucásico, no tenía pelo, complexión mediana. Llevaba puesto un traje blanco, zapatos blancos y una camisa azul celeste. Inmediatamente lo reconocí y me acerqué para hablarle. Mi problema del habla regresó y con el mi angustia. El era su padre, no sé como lo conocía y se me hace raro porque yo soy su padre, quizás solo era por mi sueño o quizás, solo quizás, él es alguien más.
No hablamos como normalmente alguien le hablaría al padre de una niña. Empezamos a discutir por qué yo no podía estar con ella si yo la quería, la quiero, la querré. A media voz le dije que ella es una niña hermosa, que es la mujer indicada para mí, que yo la quería, quería estar con ella y que no dejaría esa idea por nada del mundo. Mientras argüía con él, imágenes de ella vinieron a mi mente. La veía resplandeciente, tierna, tal y como ella es. Después de discutir un rato con él, accedió a dejarme estar con su hija con una condición, hacer un compromiso con él por ella.
Aparecimos sentados en una mesa rectangular. La misma donde me había sentado con la chava de la televisión tiempo atrás. Estaba yo del lado derecho y él del lado izquierdo. Estábamos cara a cara y el compromiso comenzó. Enfrente de cada uno de nosotros había dos estatuillas al estilo hawaiano. Una era de un hombre, la ora de una mujer. Él empezó agarrando la estatuilla del hombre y la colocó enfrente. Yo lo imité y puse la estatuilla del hombre también. Después él tomó la estatuilla de la mujer y la puso enfrente de mí. Volví a imitarlo, tomé la estatuilla de la mujer y la coloqué enfrente de él. Ya todo había quedado. Él me dijo que ahora podía estar con su hija.
Me quedé de nuevo sólo en la mesa. No estaba ni él, ni ella, ni las chavas que antes me acompañaron, ni mi buen amigo, nadie, nadie estaba conmigo. De pronto sonaron unas frases en mi cabeza:
-Bien, lo has conseguido.
-Espera, estamos en la cafetería.
- Oh!, ya entiendo.
Estas últimas palaras son las que resuenan en mi cabeza, una vez más he perdido la imagen de mi inocente niña, pero estoy seguro de que aún existe donde la dejé. Espero algún día volverla a ver.

 
Quédense atrás... - Blogger Templates, - by Templates para novo blogger Displayed on lasik Singapore eye clinic.