sábado, 24 de abril de 2010

Soledad...

Todo ha empezado como una mañana común y corriente. Escucho el sonido de los pájaros piar “pio, pio” en las afueras de mi ventana. Siento los rayos del sol traspasar el umbral cristalino que separa el exterior de mi cuarto. Muevo mis brazos a lo largo y ancho de la cama buscando a la persona que tanto deseo. Aún tengo los ojos cerrados así que mi mundo sigue cubierto en tinieblas. Extiendo mi cuerpo hasta los bordes infinitos de mi cama con la esperanza de contactar a aquel ser que tanto anhelo. Entonces algo me hace abrir los ojos. Un pequeño sonido irrumpe el silencio en el que me ahogaba. Abro súbitamente mis ojos y es cuando me doy cuenta. Estoy solo.
Permanezco inmóvil sobre mi vasta y ancha cama. Siento gotas de sudor recorrer mi cuerpo. En el mundo exterior está haciendo demasiado calor. Supongo le podría atribuir mi sudor a eso. Pero adentro de mi cuarto, encima de mi cama, se siente un frío abrumador. El correr del viento no hace más que helar las extremidades de mi cuerpo. A mi cama, a mi ser, a mí me hace falta algo, alguien, que me sostenga de no caer del barranco, alguien en quién acurrucarme, alguien a quién besar, alguien a quién abrazar. Me hace falta mi otra alma. A ello le atribuyo mi sudor, a una desesperación inmensa, un vacío lleno de tristeza, un anhelo eterno, una esperanza destruida constantemente. Al abrir mis ojos es lo primero que pienso, es lo primero que siento. La extraño, ahora sólo quedo yo.
Porqué sentirme así, si permanezco sobre mi cama, si aún soy joven y no he hecho más que levantarme de mi efímera vida. Un temor me abordó mientras vivía. ¿Alguna vez se han sentido solos? Estar rodeados por demasiadas personas y darte cuenta de que las odias. Detestas el constante parloteo emanante de las retorcidas bocas. Te fastidia el repetido choque de sus cuerpos. Odias el sentir su presencia tan cerca que sientes que tocan tu ser. Aborreces el rechinido de su calzado contra el frío y duro piso en el que estás parado. De sobremanera odias las hipócritas sonrisas que se muestran entre ellos. Sientes como si sus fauces se burlaran de ti. En medio de esa soledad sientes que alguien te hace falta. No importaría esa masa de personas que se congregan alrededor tuyo si tuvieras a aquella persona que tanto te importa. Pero te das cuenta de que no está, de que por más que lo desees, sigues estando solo.
Un sueño, una vida, morir, despertar, miedo, coraje, eso es lo que sientes cuando te levantas y sientes que algo te falta y que darás todo por encontrarlo. Todo empezó en un enorme frío y oscuro cuarto. Estábamos viendo una película recién estrenada. Yacíamos sentados en la fila de en medio en la orilla izquierda. Ella se encontraba a mi derecha. Alrededor nuestro había mucha gente. Había un silencio encantador mientras nos entreteníamos viendo la película. De pronto se acabó y la barrera del silencio se rompió. La gente empezó a parlotear y a pararse de sus asientos. Para nosotros todo seguía en calma y en silencio porque solo existíamos ella y yo. Cuando estamos juntos nada más existe, estoy yo para ella y ella está para mí. No hay nadie más y esto me llena de felicidad.
Decidimos pararnos también y salimos abrazados de la sala. Caminamos el largo pasillo. No quería que acabase ese momento. Debido al tiempo que habíamos esperado, estábamos solos en el pasillo. Nadie nos veía. Solo nosotros dos, abrazados, existíamos en ese pasillo, en ese momento. Un impulso recorrió mi cuerpo. Sin darme cuenta, abalancé mi boca para besar sus delicados labios. A pesar de que era algo que hacíamos cotidianamente, y no malinterpreten, cada beso con ella es un éxtasis de sentimientos indescriptible, fue un beso magnífico. Ninguno de los dos lo esperaba, fue un beso no planeado, de aquellos que te hacen perder la conciencia, que te hacen encerrarte en ese momento, de adueñarte de él. Nos separamos con una sonrisa de par en par en nuestros rostros. Seguimos abrazados y continuamos caminando hacia el fin rechazado del pasillo.
Al salir del lugar nos encontrábamos en la entrada del cine. Ya no nos encontrábamos abrazados, pero ella seguía a mi derecha. Nos dirigimos rumbo al elevador. Antes de llegar, ella me detuvo con sus suaves y tiernas palabras. Me dijo que quería que estuviéramos solo nosotros dos otra vez, pero esa vez más íntimamente. Me dijo que quería que la hiciera mía, que consumara nuestras existencias, que las convirtiera en una sola. Que creará un momento donde solo estemos ella y yo. Le dije que sí. Lo tomé de la mano y nos dirigimos al elevador esta vez con más rapidez. Antes de poder entrar se nos acercó una muy buena amiga mía enfrente de nosotros. La saludé con entusiasmo y las presenté mutuamente. Mi amiga se encontraba del lado izquierdo mío y ella estaba del lado derecho. Ambas estaban enfrente mío. Mi amiga se acercó a ella y le dio un abrazo. Se veía gustosa de conocerla. Se movió un poco para atrás y le apretó los cachetes como a una pequeña niñita. Ella se mostró con una cara de fastidio pero no apartó las manos de mi amiga. Después de la cómica escena, mi amiga y yo seguimos conversando. Me dijo que andaba de paseo y que había otros amigos suyos y míos también. Me dio gusto encontrarla y sus noticias me llenaron de felicidad. Sin embargo ella me interrumpió casi bruscamente. Me repitió que quería que la hiciese mía. Le dije que estaba bien. Me despedí de mi amiga y continuamos hacia el elevador. Debido a que ella llevaba prisa se adelantó y yo me quedé conversando. Cuando terminé, bajé el elevador hasta la planta baja del centro comercial en el que estábamos.
Al llegar a la planta baja vi que ella ya se encontraba fuera del centro comercial. Esa vista no duró mucho porque al primer paso que di que resbalé. No se cómo o porqué, pero el piso se encontraba congelado. Al resbalarme me fui a estrellar con la pared en el lado opuesto del lugar. Quise recuperarme pero no me pude levantar, así que no me quedó de otra más que deslizarme hacia la salida. Me empujé con mis brazos hacia atrás y me agarré de una banca en medio del lugar que estaba cerca de la salida. Una mujer desconocida se encontraba sentada sobre la banca. Se reía ante mi desesperación de salir de ese gélido lugar. Finalmente logré empujarme hacia la salida y reencontrarme con ella, mi amor eterno. Me ayudó a levantarme y la sostuve por detrás. La abracé de la cintura y recosté mi cabeza sobre su hombro derecho. De esa manera nos alejamos y nos perdimos entre la inmensidad del estacionamiento. Esa noche empezó a llover fuertemente. Nos separamos, cada quién se fue por su lado, felices y con la esperanza de encontrarnos al día siguiente. Así sucedió.
En la mañana nos encontramos en la escuela. Como siempre nos saludamos y permanecimos el uno al lado del otro hasta que el molesto timbre nos separó y cada quien se fue a su salón. ¡Qué eterno esperar! Cada mañana esperar que cada una de las clases acabe. Sentir que el tiempo se ha vuelto tu enemigo porque te separa de la persona que más quieres. Los segundos se han convertido en horas y ves el infinito pasar del tiempo con una desesperación inmensa. Y todo esto por estar una vez más con aquel ser que tanto quieres. Todo por saborear esos labios que te han alejado por un capricho de tu enemigo el tiempo.
Acabaron las clases como suelen hacerlo. Me he vuelto una vez más loco esperando a aquella persona. Pero sé que eso no importa porque ella me volverá a mi cordura o nos enloqueceremos más, pero juntos. Volvimos a ser los dos, a ignorar el mundo exterior y a encontrarnos de nuevo solo nosotros dos. Caminamos juntos esquivando a la gran masa llamadas personas rumbo a nuestro lugar predestinado. Seguía lloviendo desde la noche anterior. Caían fuertes gotas desde un cielo nublado. A nosotros nos encanta la lluvia, así que hemos dejado este impedimento de lado y lo disfrutamos. Llegamos a nuestro lugar y nos encontramos con la sorpresa de que había sido invadido por gente ajena a nuestra existencia. Debo admitir que estábamos decepcionados por este hecho. Aquel lugar que tanto anhelamos por largas horas se veía infestado por parásitos del poco tiempo que teníamos. Sentimos como si el tiempo tuviera aliados que extendían sus brazos de retención para alargar el momento de nuestro encuentro. Estuvimos rodeados de esa gente por un largo rato. Sin embargo una desesperación inmensa me invadió. Me embriagué del pestilente hedor de las personas a mí alrededor. Me levanté súbitamente y salí corriendo entre las gotas y la multitud apabullante. Sentí como si mil rostros se burlaran de mí por ser un iluso y esperar algo que me era arrebatado a cada segundo, y aun así yo tenía, tengo esperanza. A donde quiera que mirase se encontraba gente. Me paré en medio de una explanada buscando un lugar donde pudiera estar solo, donde nadie me viera. Seguí corriendo y me senté en una esquina del edificio principal. Agaché mi rostro y creo haber sentido lágrimas recorrer mis mejillas. De pronto escuché una reconfortante voz, era ella.
Levanté mi mirada y la vi. Su tierna y delicada sonrisa se alzaba enfrente de mí. Fue como un destello de esperanza entre las tinieblas de aquella sucia sociedad. Se sentó a mi lado derecho y me dijo que no me preocupara. Acercamos nuestros rostros y nos dimos un beso. El rose de nuestros labios fue excelso. Todo lo demás desapareció ante la belleza y simpleza de este beso. Sentí sus suaves porciones de carne chocar contra las mías. Sentí su delicado cabello rosar mis mojadas mejillas por el impulso del beso. Pude ver con mis ojos cerrados a la persona que tanto quería con una perfección casi aterradora. El beso solo fue un instante, un instante que ahora quedará grabado eternamente en mi memoria. Nos separamos y nos vimos mutuamente. De pronto ella se paró y salió corriendo entre la multitud. Me quedé sorprendido. No quería dejarla ir, así que me paré y salí corriendo tras ella. De pronto todo se empezó a tornar oscuro. Había caído una noche repentina. Corría sin aliento tras la mujer que tanto quiero. Las personas alrededor de mí se tornaron en lobos feroces que me devoraban una y otra vez con sus miradas. Mostraban sus colmillos con el mismo odio que yo les tenía. Corrí con un miedo que me abordaba en todo mí ser. Corrí hasta que ya no pude más. Todo se tornó negro, ya no había lobos, ya no corría, ya no veía. Desperté y me di cuenta. La extraño. Estoy solo.

lunes, 5 de abril de 2010

Una noche nublada...

Es curioso lo que uno puede llegar a sentir por una persona en tan poco tiempo. En la mañana, esa persona solo representa para ti una gran amistad pero conforme avanza el día, te das cuenta de que en la tarde quieres estar con ella y que no quieres que se haga de noche sin recibir un beso suyo. El tiempo transcurre indiscriminadamente y cuanto te das cuenta ya has perdido valiosos momentos que pudieron ser utilizados para llegar al corazón de la persona que quieres.
Las nubes cubrían aquel cielo estrellado que deseábamos ver. Hoy no me toca hablar de mi niña, sino de una persona real a la cual admiro y quiero mucho. Bajo la luna he aprendido como se siente un mero espectador al observar una bella obra de arte a la que no se puede acercar. Sentados en una terraza, sentados a la luz escondida de las estrellas, he sentido una barrera que me separaba de aquella persona. Mis sentimientos hacia ella parecían confusos al principio. Ahora me queda claro que quiero estar a su lado y que derribaría cualquier muralla para estarlo.
Por ahí se dice que estar solo no es que no haya gente, sino que estando rodeado de personas, te falte aquella a quien quieres y consideras especial. Sin embargo, qué significa que estando sin nada de gente y solo esté aquella persona con la que quieres estar, aun así te sientas sólo. Muchas personas menosprecian el valor del silencio y de la soledad. Sin embargo, estando un momento a solas con ella, he sentido que el silencio dice mil palabras y que la soledad se ha envuelto en un mercado de sentimientos. Sentados debajo de las nubes yo solo pedía un poco de lluvia para asemejarse a un sueño que tuve anteriormente.

Estábamos en una iglesia junto con los demás miembros escuchando atentamente a la predicación. Acabando el culto habría un convivio con los miembros de la iglesia arriba, en el salón social. Tras acabar el sermón, todos empezaron a salir por una puerta corrediza de vidrio hacia el salón social. Yo me adelanté y me puse en la puerta central de la iglesia esperando verla para poder decirle algo. Mucha gente salió amontonándose y entre todos ellos pude distinguir a la persona que buscaba. La tomé de la mano y la saqué de la multitud. Le dije que tenía que decirle algo, que si tenía tiempo. Respondió que tenía que subir al salón social para hacer algo, pero que me escucharía atentamente. No recuerdo que llevábamos puesto pero la iglesia venía de blanco en su mayoría. Caminamos el pequeño tramo desde que la tomé hasta afuera de la puerta principal de la iglesia. No nos vimos en esos eternos segundos, pero nuestras manos estaban entrelazadas como un candado que se niega a abrir. Nos pusimos del lado derecho de la entrada del templo y ella se colocó delante de mí. En esos momentos una ligera lluvia empezó a caer sobre nuestros hombros. La lluvia poco a poco se fue intensificando hasta convertirse en un aguacero que terminó empapándonos a los dos. No le di importancia a la lluvia pues estaba con la persona que quería estar y eso me importaba más que una camisa mojada.
La veía directamente a los ojos empapados, su pelo estaba caído por el peso del ligero aguacero. Le recogí el pelo poniéndoselo detrás de la oreja para descubrir su hermoso rostro. La tomé de la nuca y la acerqué a mi cara. Tiempo atrás, ella y yo nos habíamos dicho lo que sentíamos el uno por el otro. Yo le dije que la quería como algo más que una amiga y que quería ser de ella eso que yo mencionaba. Seguía agarrando su nuca, se veía tan bella y la poca luz que había, resplandecía en las pequeñas gotas de agua que recorrían su delicada mejilla. Le dije que ya ambos habíamos dicho nuestros sentimientos y que me gustaría tener una relación con ella. Ella solo sonrió y volteó su mirada apenada por las tenues palabras. No respondió nada y sabía que el tiempo que nos quedaba se acortaba. De la nada, me recorrió un impulso y me abalancé a sus labios como una ligera brisa toca las flores de un campo primaveral. Nuestros labios chocaron en una ligera fricción corporal y en un alboroto sin fin de sentimientos. Nos despegamos casi inmediatamente para el tiempo, pero para mí, las gotas de lluvia se congelaron en el espacio y solo existíamos ella y yo, nuestros cuerpos y nuestras almas danzaban en un baile sin movimiento. Nuestras miradas chocaron como dos seres que en su intento de no encontrarse, su encuentro se vuelve especial y vergonzoso. Lo próximo que recuerdo es el oír de las gotas chocar contra la calle vacía de enfrente de la iglesia y el ver una hermosa sonrisa tras el inesperado encuentro.
Nuestros labios ya se habían separado pero aún quedaba la sensación del pequeño rose que había detenido nuestros mundos por un instante. Antes de que pudiera mencionar una palabra ella dijo que tenía que retirarse. Sabía a donde iba y lo que tenía que hacer así que le dije que estaba bien. No fui inmediatamente tras ella. Caminé al salón social por la puerta a un costado y me acomodé entre todos los miembros que estaban ahí reunidos. Me coloqué enfrente de una barda al fondo del salón social. De pronto la veo entrar por la puerta principal del lugar y desde lejos me le quedé mirando con un sentimiento de paz y alegría. Gracias…Niche.


 
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