domingo, 27 de junio de 2010

El final de una historia que nunca se escribió...

He llegado a mi casa exhausto. Me recuesto sobre mi cama y abro mis brazos y piernas hasta tocar su borde. Expando mi cuerpo para no dejar espacio para que nadie más se acueste. Sé que no volverá. Días, semanas, incluso meses han pasado desde la última vez que le escribí a alguien muy querida. Permanezco errante en una cama desconocida para mí. Siento la ligera brisa tocar mi cuerpo en el extremado calor del cuarto. Cuatro paredes imaginarias me confinan en una soledad abrumadora, cuatro paredes que yo me he creado o que finjo haberlas creado, para no creer que alguien más lo hizo, me separan de aquella persona. Cierro mis ojos y trato de verla en mi mente. Ella está aquí.

Abro ligeramente mis ojos y una antigua puerta aparece enfrente de mí. Fijo mi mirada en la puerta esperando que ella la abra. Conscientemente sé que nunca la abrirá, no entrará por esa única salida de mis barreras imaginarias, pero aun así, vivo con la esperanza de que algún día ella entre y me saque de mi confinamiento. Clavo mi mirada al picaporte esperando que de vueltas. Cierro mis ojos e imagino que alguien entra. Es ella.

Han pasado ya meses desde que solo he querido que ella entre por esa puerta. Sentimientos encontrados me han abordado desde el comienzo de esta bella historia, aun así, la puerta sigue cerrada. Aun con mis ojos fijos en la puerta, me entra un súbito cansancio y me tumba sobre la fría almohada de mi desconocida cama. Mi mirada se ha cansado, pero mis pensamientos revolotean alrededor de mi cabeza pidiéndome algo, un rayo de esperanza que les de la ilusión de que al abrir mis ojos puedan volar fuera de mis paredes.

¿Qué pienso? La extraño. Quisiera que nuestra historia fuera diferente. Cuando estoy con ella todo resplandece. El entrar y salir y esperar que del otro lado encuentre su bella sonrisa me dan fuerzas para seguir. La veo y me hace sonreír aunque el resto del mundo este llorando. Cuando una multitud de personas se encuentran alrededor mío y me sofocan, su presencia realza y me permite ponerme de pie y caminar hacia ella. Entre los pensamientos que me abordan se encuentra ella. Espero algún día poder estar con ella, por ahora, permanezco en mi cama, con los ojos cerrados, escuchando el silencio del picaporte con las ansias de que se abra. No estamos juntos.

Sigo pensando y traigo a mi mente lo acontecido el día de hoy. Hace tiempo que no la veía y hoy esperaba fuera un día encantador para ambos. Al menos yo quería que fuese así. Hace unos días, en nuestro encuentro, se entrometió una barrera que no permitió estar juntos y que convirtió nuestra noche en otra distinta. Hoy se convertiría en aquel momento esperado donde podría estar con ella. Quería hablar con ella para decirle lo mucho que la había extrañado. Quería tomarla fuertemente con mis brazos para no dejarla ir. Quería darle besos en su bella y ruborizada mejilla para demostrarle el mucho cariño que le tengo. Sin embargo, no fue así.

Todo empezó como suele hacerlo. Muy de mañana llegamos al lugar predestinado para nuestro encuentro. Desde un principio yo quería festejarla por un importante acontecimiento para nuestras vidas. Quería sujetarla con un abrazo y darle las gracias por los inolvidables sueños que ella me ha brindado. A primera instancia no nos vimos. Cada quien se fue por su lado y anduvimos errantes hasta encontrarnos. Las horas pasaron, los minutos se volvieron eternos y cada segundo se volvió un largo esperar para volverla a ver. Durante la larga espera, hubo un momento, un instante hermoso, lleno de esperanza. Fue como imaginar mi puerta abrirse enfrente de mí y observar como un rayo de ilusión entraba en la habitación de mi confinamiento. Esperando, sentado sobre una fría y desolada mesa, ella entró.

Me encontraba sentado encima de la mesa de un cuarto ligeramente más grande de aquel que encierra mis pensamientos. En un momento de completa desesperanza, la vi entrar por aquella puerta blanca. Abrió la puerta en busca de alguien. Me decepcionó y entristeció que ella no me estuviera buscando. Me hizo dudar sí ella me había extrañado como yo a ella. Aun así, me encantó verla entrar a mi habitación. Su voz hizo vibrar mi corazón al escucharla hablar por primera vez en mucho tiempo. Al verla parada en el marco de la puerta una avalancha de sentimientos vino sobre mí. La luz del exterior penetraba detrás de ella a la habitación oscura. Dentro de mí, ella llegó a iluminar mis semanas de amargura por no haberla visto. Se veía hermosa. Me gustaría describirla con más palabras, pero no podría. Mis ojos estaban cegados ante su resplandor. Su bella sonrisa penetró en mí ser como una flecha de fuego a una fortaleza. Fijé mi mirada en aquella figura angelical. A pesar de que fueran solo unos segundos, sentí cómo mi mundo volvió a dar vueltas por su presencia. Y luego, algo maravilloso sucedió. En mi pérdida de consciencia, ante su ser, ella me miró y me sonrió.

Estábamos allí, dos almas errantes en busca de quien las completaran se miraban fijamente con una sonrisa de par en par. Me saludó levantando una mano, yo regresé el gesto con mi mano. Es difícil expresar lo que sentí en ese momento, pues su bella presencia había alegrado e iluminado la oscuridad de mi espera. Sin embargo, tan pronto como llegó, así también se fue. Me quedé inmóvil sobre la mesa, sin poder acercarme a ella, solo con mi mano levantada para ella. Se retiró y tras ella se volvió a cerrar aquella vieja puerta blanca. La habitación volvió a ser un confinamiento. Solo me quedé yo en las cuatro paredes. Ella ya no estaba.

Su bella imagen quedó plasmada en mi mente mientras mis pensamientos seguían revoloteando alrededor mío. El tiempo que parecía haberse congelado ante su presencia seguía su tortuoso movimiento habitual. Seguían pasando los segundos, esperando volverla a ver. La oscuridad del cuarto había regresado, pero ahora se encontraba encendida una tenue llama. Una luz que me guiaría a encontrarla de nuevo. Después de largas semanas, la volví a ver, bella y radiante, tal y como la recordaba. Debía seguir esperando a que el tiempo transcurriese para estar con ella. Muchos minutos pasaron y el movimiento de la gente indicaba que era el momento de encontrarme con ella. Estaba nervioso y a la vez alegre por esta oportunidad que se hallaba frente a mí. Volvería a estar con ella.

Corrí entre la multitud que se agolpaba alrededor mío para encontrarla. Esquivé un montón de masas hasta que logré verla. Con cautela y nerviosismo me acerqué a ella. Seguía viéndose hermosa. Me paré enfrente de ella y le dije hola. A partir de aquí, me hubiera gustado que todo fuera diferente, pero no lo fue.

Al estar frente a ella un sentimiento de ansiedad me abordó. Quería decirle todo lo que sentía, abrazarla, besarla, estar con ella. Pero ahí, frente a ella, se mostró indiferente. Volvió a aparecer la barrera que la última vez que nos vimos nos distanció. De nueva cuenta, estando juntos, sentí un abismo abrumador entre nosotros. Forcé un hola e intenté seguir con la plática, pero ella seguía volteando hacia otra parte, sin ponerme atención, siendo indiferente. Recordé por lo que había venido, me abalancé hacia ella y la abracé. Ella puso una cara de sorpresa. Le di un beso en la mejilla y le di las gracias. Me aparté y volví a estar frente a ella. El tiempo pasó, los segundos se congelaron y el transcurso del reloj no eran más que alfileres al corazón. Después de un tiempo, me di cuenta que seguiríamos estando así, que no cambiaría. Me despedí, nuestros hombros rozaron mientras caminaba al lado suyo, alejándome de ella. Nuestras espaldas se vieron y la distancia empezó a incrementarse. Una ligera y salada lágrima empezó a recorrer mi mejilla derecha. Una vez más me alejaba de mi cariño sin poder estar con ella. Una vez más sentí aquella desoladora soledad estando a su lado. Una vez más me dirigí a mi desconocida cama. Una vez más me encuentro recostado, solo.

¿Qué siento en mi mejilla? La misma lágrima que salió de mi ojo al alejarme de ella ahora vuelve a bajar por mi rostro hasta mojar la almohada. Sigo recordando aquel momento de alegría y tristeza. Un sentimiento de desesperación e impotencia, al verla parada enfrente de mí, ignorándome, me abordó estando sobre mi cama. La recuerdo. Su bella imagen resuena en mi mente. Me hubiera gustado un final distinto. El cansancio termina de tumbarme. Cierro mis ojos para seguir así permanentemente. Me transporto al mismo lugar donde la barrera había aparecido. Estoy de nuevo frente a ella. Esta vez será diferente.

La veo sonriente enfrente de mí. Es la misma historia escrita con otro lápiz. La abracé fuertemente con la misma intención que lo había hecho anteriormente. Nos separamos y nos vimos cara a cara. Antes de retirarme de la misma manera de aquella vez, ella me gritó con tono de reproche. Me dijo que si esa era la forma en que quería conquistarla, que sí así era la manera de tratar a quien quería. Esta vez ella fue la que se alejó de mí. Un semblante de tristeza y enojo cambiaron su bello rostro. Cruzó la calle a paso firme, marcando cada uno de sus pisadas con tal enojo que cada una me recordaba lo débil que yo era. Alejándose, vi una lágrima caer desde su ojo hasta golpear el suelo. El suave sonido de su bella gota de tristeza inundó mi ser. Corrí sin titubear hasta el otro lado de la banqueta. Corrí con la intención de acercarla a mí. Volví a estar frente a ella, pero en lugar de abrazarla y besarla, continúe con el reproche. Ahí estaban nuestras voces cortadas. Peleándose entre ellas, sin sentido, pero a la vez con un mismo sentimiento. Querían fusionarse, hacerse una en un silencio inmutable. Querían callarse mutuamente. Querían ser un solo sonido.

Comencé diciéndole que era lo que quería de mí. Que esperaba que yo hiciese. Que necesitaba hacer para estar juntos. Ella me mostró una cara de desprecio. Mostraba en su rostro un sentimiento de angustia. No quería hablar conmigo. No quería regresarme mis reproches. Sin embargo, yo sabía que quería gritarme, como se le grita a los cuatro vientos. Quería que estuviéramos juntos. De nuevo se alejó cruzando la calle a la banqueta donde todo había comenzado. No sabía que decirme y yo no sabía qué hacer. Pero, de la nada, la misma luz de esperanza que había brillado hace poco, se postró enfrente de mí. Me mostró el camino que debía seguir hacia ella. Sin titubear salí corriendo atrás de ella. Fue tan repentino el momento que no se dio cuenta en que instante empecé a correr. Antes de llegar a ella, alcanzó a voltear. Di un brinco y ambos extendimos nuestros brazos. Caí en sus brazos y la apreté con muchas fuerzas. Nos sostuvimos el uno al otro. Por fin estábamos juntos, como queríamos. Nos abrazábamos con mucho ímpetu, ninguno de los dos quería separarse. Sentí mis mejillas empaparse por nuestras lágrimas. Alrededor de nosotros todo se congelo. Un abrumador silencio se escuchó y solo se oía nuestra respiración y nuestros corazones latir por el otro. Entre el silencio, una tenue voz retumbó en mi mente y sin pensarlo dos veces le demostré mi sentimiento. Te quiero Niche.

Permanecimos abrazados por un largo tiempo. El tiempo seguía detenido sin intenciones de moverse. Le dije si quería que nos retiráramos a un lugar más solo. Caminamos tomados de la mano por la larga banqueta que antes había sido espectadora de nuestra disputa. Caminamos sujetos el uno del otro hasta llegar a una pared amarilla que se encontraba detrás de mí y ella se puso enfrente de mí. Nos tomamos de la mano y empezamos a hablar de nuestra relación. Casi al final de nuestra conversación me puse de pie. Nos encontramos los dos cara a cara y en un instante, abalanzamos nuestros labios hacia el frente. Nuestros labios se encontraron en el trayecto. Nuestras voces por fin se habían unido en un solo sonido. Fue un beso magnífico y único. Después de un largo esperar, nos encontrábamos abrazados, con nuestros cuerpos unidos, besándonos. Parecía que era el comienzo de una nueva historia. Una nueva historia que escribiríamos con la misma mano, sin embargo, no fue así. En la misma alegría que me abordaba, todo empezó a desvanecerse. Ella ya no estaba.

Una oscuridad nubló mi vista y una luz horizontal se mostró enfrente de mí. Abro mis ojos y volteo a mis lados. Ella no está conmigo. Volteo hacia el frente y vuelvo a fijar mi mirada a la vieja puerta. Todo había sido un hermoso final feliz, sin embargo no era cierto. La puerta seguía cerrada.

 
Quédense atrás... - Blogger Templates, - by Templates para novo blogger Displayed on lasik Singapore eye clinic.