jueves, 10 de diciembre de 2009

Berserker...

Era de día y la multitud se agolpaba en el coliseo. Aun no salía a la arena, pero sentía el calor del sol golpeando la arena de nuestra tumba. Hoy debía salir a convertir a mi oponente más duro hasta ahora. Creo que lo llamaban Berserker. Era un tipo grande y calvo, de apariencia fea. Tenía cicatrices que reflejaban sus anteriores combates. Fácil media tres veces lo que yo y probablemente pesaba infinitamente más que yo. Yo, por otra parte, no era tan fuerte ni alto como él, pero sin duda le ganaba en agilidad.
Se destinaba a ser un combate a muerte por cuestiones de no sé que de la ciudad, así que uno de los dos debía caer en aquel duelo. Al entrar los dos en la arena, pude contemplar el horror del cual había tenido miedo durante todo este tiempo. Los dos nos pusimos frente a frente y contuvimos nuestra sed de victoria hasta que se nos diera la orden. Una vez dada, empezó la pesadilla.
El coliseo se había convertido en un infierno. No veía otra cosa más que los ojos rojos de Berserker, unos ojos penetrantes, llenos de furia y de sed de sangre. Alrededor de mi solo escuchaba el alarido de la gente, gritando, desesperados porque la pelea empezara. Fui el primero en hacer un movimiento, supongo que eso me favoreció al final de cuentas.
Se veía como un relámpago azul que rayaba la coraza de aquel enorme titán sin hacerle ni un rasguño. Yo traía una vestimenta ligera, azul marino. Era una vestimenta que me había dado mi rey, se me había sido dada por ser uno de los guerreros más valientes de mi época, por haber protegido a mi rey de las manos enemigas hasta la muerte. Seguía viéndose como una ráfaga de viento claro y cargado de desesperación los golpes y patadas que le daba al monstruo con tal de tumbarlo. Ahora mi vestimenta no tenía valor alguno, pues mi rey ya había muerto y yo, pues… El no portaba ni una armadura que lo protegiera de mis ataques, ni siquiera una camisa que ocultara su temible musculatura. Solo portaba unos pantalones blancos, que contrastaban con el aspecto negro y de terror que portaba, era algo irónico y a la vez cómico, pero no podía pensar en aquello, pues mi vida corría peligro.
Las patadas y golpes que hasta ahora le había brindado no le habían causado ningún efecto. Seguía en pie aquella pared humana, supongo que mi cara en ese momento fue de un espanto terrible puesto que no le había hecho nada y mi cansancio estaba empezando a notarse. Paré un poco y me puse enfrente de él, pésima acción. De un solo movimiento y en menos de un segundo su furia se concentró en un solo golpe que entro directamente en el costado izquierdo de mi rostro. Recuerdo que el golpe entro directo a mi lado izquierdo porque de repente deje de sentirlo. Vi su brazo enorme acercarse a mí con tal rapidez que no pude hacer nada, sentí como cada uno de sus nudillos golpeaban mi pómulo izquierdo, después deje de sentir. Tan solo veía como el aire azul que antes bailaba alrededor de la bestia se tornó rojo, un rojo intenso, hasta que me di cuenta de que era mi sangre. Veía como hilos de sangre emanaban de mi boca destruida, hilos suspendidos en el aire como si alguien los sujetara y con ellos me sujetaran a mí para seguir adelante en la pelea.
Me encontraba en el piso, recostado sobre mi lado derecho. No sentía mi cabeza después de descomunal sacudida que me había metido, pero seguía con vida y mi coraje estaba más encendido que nunca para seguir en el combate, después de todo eso reflejaba mi vestimenta. Me paré de un salto y me encontré de nuevo enfrente de aquel titán que me había tumbado de un solo golpe. Ambos pusimos posiciones de combate, uno frente al otro. Mi cuerpo se encontraba ligeramente inclinado hacia él y él solo se encontraba parado enfrente de mí. Nos dispusimos a empezar la carrera para encontrarnos de nuevo en el calor de la pelea. Antes de mover un músculo, se escucho en gran estruendo en toda la arena y una gran nube de polvo se alzaba enfrente de mí que dificultaba mi visibilidad, que muy apenas distinguía la figura de mi oponente, sin embargo algo me parecía diferente.
Después de unos segundos se disipó aquella cortina de polvo que evitaba que lo viera claramente. Veía, pero veía una imagen que para mi ser era completamente irracional, algo que no pensaba que podría ser real, sin embargo estaba ahí. Enfrente de mí se encontraba aquella bestia, tendida sobre la arena, apoyada sobre su rodilla derecha. Se encontraba exhausto, batallando para jalar algo de aire. Su figura obscura y atemorizante ahora se veía roja y dócil. Estaba postrado enfrente de mí, y a pesar de que aun se veía más alto que yo, el temor hacia él se hacía cada vez menor. Era una imagen un tanto difícil de comprender, pues mis golpes no le habían hecho nada en el momento, pero ahora, ahora era diferente. Estaba con moretones y sangrante de todo el cuerpo, las heridas de mis piernas y puños ahora se encontraban visibles. Su cara era lo que más me impactó en ese momento. Su rostro se encontraba hinchado y sus labios abiertos. Supongo que fue porque la mayoría de mis golpes los dirigí a esa parte para intentar causar el mayor daño posible. Después de todo, así fue. La pared humana que antes se mostraba indoblegable, ahora estaba caída y de ella emanaban ríos de sangre. Tenía la boca abierta, supongo que intentaba maldecirme, pero no podía, en cada jadeo que daba, él escupía una cantidad abundante de sangre. Pensé que todo había acabado ya, pero no fue así.
Vi volver a levantarse esa muralla de hierro innegable delante de mis ojos. Vi recobrar ese terror que antes había recorrido toda mi médula y que ahora se mostraba más latente que antes. Estaba furioso, se alzó con el mismo estruendo que se le escuchó caer. Estaba de pie, su respiración había cambiado, su porte era imponente, sus venas resaltaban y sus músculos estaban tan tensionados que las heridas desbordaban ríos de sangre. No tenía ninguna duda que ahora se dirigiría hacia mí con toda su fuerza. Mucho tiempo antes, ambos éramos héroes destinados a la gloria en nuestras naciones. Su fuerza lo había hecho ganar tantas batallas, que se le creía indestructible. Mi coraje y astucia me habían hecho ganar el más alto reconocimiento en mi nación. Ahora veía aquella fuerza desbordarse enfrente de mis ojos. Tomo posición, exhalo tan hondo que el aire se volvió espeso y corrió hacia mí. No sabía si quitarme del camino o seguir de pie y esperar lo mejor. El miedo paralizó mis nervios, así que solo me quede ahí, en posición de ataque, esperando a que llegara. Se acercaba más y más, mi cuerpo seguía sin responder, aunque ya era demasiado tarde, solo me quedaba enfrentarme a la brutalidad de la bestia con mi vestimenta y yo. Justo antes de que me golpeara con sus imponentes brazos me agaché, debió haber sido un movimiento rápido y sin errores. Solo sentí pasar un tanque encima de mí y luego un sonido tan espeluznante. Las paredes del coliseo se derrumbaban, la gente corría despavorida, y se escuchaban gritos de desesperación y el llanto de la gente. La pared del coliseo se había derrumbado arriba de aquel coloso. Su cuerpo yacía inerte entre los escombros y los cadáveres de la gente. No sabía que pensar, había sido un golpe duro sin duda, pero era un guerrero indestructible, no supuse que eso lo acabaría. No le di oportunidad de levantarse, así que me dirigí hacia él monstruo y quité varios de los escombros que había sobre su rostro. Arriba de él no titubee en darle una ráfaga de golpes sobre su rostro. Mis puños dolían y tal vez sangraban, pero su cara se iba deformando cada vez más. De su rostro empezó a brotar sangre en abundancia. Mi vestimenta azul había quedado manchada por la sangre de aquel gigante, supongo que mi rey hubiera estado orgulloso. Después de que deje de sentir su respiración, paré de golpear. Me puse de pie encima del pecho de aquel enorme ser que me había causado tanto terror y que ahora estaba debajo de mí. Se escuchaba el clamor de la gente por la victoria que había obtenido. Era un sonido curioso, aún se escuchaba caer escombro de las paredes que había derrumbado, se escuchaba el grito de victoria de la gente a favor mía, se escuchaba el enojo de la gente que apoyaba a mi contrincante, se escuchaba el llanto de la gente que había perdido a amigos y familiares tras esa explosión en el coliseo, se escuchaba la sangre de la bestia recorrer su cuerpo. Sin embargo, yo lo único que oía, era el silencio, el silencio que había quedado tras la guerra librada en este escenario. Escuchaba la arena levantarse del piso y rozar mi piel, escuchaba el tenue viento rozar mi rostro y mi cabello y escuchaba mi ligera respiración, ahora sin agitación ni el miedo que antes se había apoderado de mí en aquel combate. Voltee a ver el cuerpo de mi rival, empezaba a desvanecerse. Era un polvo resplandeciente que se combinaba con la arena que se levantaba en el coliseo. Es la última imagen que recuerdo de él.

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