miércoles, 17 de marzo de 2010

Mi inocente niña...


Hace mucho que no me sentía así, hoy me he despertado con un vacío en mi mente y en mi corazón. Hoy me he enamorado de mi niña ideal, aquella que solo se encuentra en mis pensamientos. La conocía de una manera diferente, no era mi niña adoptada que me había ayudado a salvar la galaxia y muerta por mi estupidez. No era mi hija que había nacido de una madre y esposa imaginaria. La soñé como una chava hermosa, radiante, ideal, en fin perfecta para mí.
Mi sueño no se llevó a cabo en mi cama durante mis horas regulares de dormir. La soñé durante una clase libre en mi escuela, no me quejo de la ubicación más agradezco que el pequeño tiempo que me tomé, mi mente lo aprovechó en ella.
Era un día normal de clases en la preparatoria. Era la clase previa al descanso y no teníamos maestro. Mi grupo y yo habíamos organizado una especie de convivio, y sin maestros nos disponíamos a llevarlo a cabo. Para comer quedamos que serían sincronizados con frijoles. Tres amigas del salón se encargaron de prepararlas para repartirlas a todo el salón. Yo vagamente veía lo que sucedía pues las luces estaban apagadas y a penas me despertaba de soñar. Pareciera que la realidad en la que vivo son mis sueños y que mis sueños son la realidad en la que debo vivir. Me dormí en el banco en el que soñaba en la realidad y me desperté en el banco de mis sueños.
A mi izquierda estaba una de mis amigas encargadas de preparar la comida. Ella preparó el primer plato y cuando la vi, se disponía a comérselo. Le pregunté por qué se lo comía, si aún no era hora del convivo. Me respondió que era porque tenía hambre. No pregunté más. Se pueden preguntar por qué no voy directo al grano y describo a mi niña, pues de ella se trata este relato. El relato sí se trata sobre ella, pero quiero mostrar una parte muy importante de la relación entre ella y yo. Me levanté de mi entresueño y del banco en el que estaba. El banco se encontraba al lado de una ventana. Caminé hacia la parte delantera del salón de clases donde se encontraba un escritorio. En mi camino alguien de mis compañeros prendió las luces, no vi quién era, pero creo que es irrelevante para el acontecimiento.
Al llegar a adelante di vuelta hacia la izquierda rumbo a la puerta, observé a tres compañeros que estaban jugando en sus computadoras portátiles. El juego era de unas lombrices que tenían que matarse entre ellas. De nuevo esto puede parecer irrelevante, pero establezco mi punto. Algo curioso es que yo sabía que eran lombrices pero su imagen se asemejaba más a la de un caracol.
Al llegar a la puerta, no salí del salón, regresé hacia el escritorio donde me topé con dos compañeros. Ambos sostenían una caja de modelos a escalas de robots de una serie muy conocida. A mí me encantan ese tipo de juguetes, así que les pregunté que donde los habían conseguido, ya que para estos tiempos ya no se producen más. Me dijeron que habían sido un regalo de otro compañero, al cual señalaron. Volteé mi cabeza a ver a la persona señalada, la cual se encontraba en el medio al fondo del salón. Le pregunté donde los había comprado, pero no me supo responder. Volví mi mirada al escritorio y ya no estaban mis compañeros, pero las cajas de los juguetes seguían ahí. Los tomé y me di cuenta que justo encima del escritorio había un estante con muchos juguetes. No tomé ninguno porque en ese momento me di cuenta de que tenía hambre.
Volví rumbo a la puerta y en las dos últimas filas se encontraban mis compañeras preparando la comida para el convivio. Ahora no preparaban sincronizadas sino molletes con frijoles y queso. Yo accedí a ayudarles a repartir la comida para agilizar el proceso y así comer antes. Empecé a repartir la comida y me topé con la misma compañera que ya había comido antes. Le pregunté por qué agarraba otro plato si ella ya se había servido y me dijo que era porque seguía con hambre. No le di mucha importancia y seguí repartiendo platos. De nuevo regresé con ella y le recogí el plato pensando que era para servirse, pero luego recordé que ella se lo comería así que le pedí disculpas. Ella respondió diciendo que no había problema porque no lo comería, entonces se lo di a alguien más. Ese fue el último plato que repartí y creo que yo no comí, pero no es de gran importancia, ya que en estos casos no te da hambre. Me volteé hacia la puerta y esta vez si la abrí. Había unas escaleras a la izquierda que iban hacia arriba donde había una especie de cafetería. Subí las escaleras y entré a la cafetería. Aquí aparece mi niña. Espero hayan entendido mi punto.
La cafetería estaba dividida en tres partes. El pasillo que era por donde entré, un ala a la izquierda que estaba separada del resto por una pared de vidrio y un ala a la derecha continua al pasillo. En ambas alas había mesas para sentarse. En el ala de la izquierda había una tele encendida y en el ala de la derecha se encontraba la barra de alimentos. El nombre de la cafetería no lo recuerdo pero sonaba a algo Factory. Seguí caminando hacia el frente del pasillo y vi que un buen amigo estaba sentado en una mesa grande en el ala izquierda. Pasé la pared de vidrio y me senté enfrente de él. Él estaba comiendo un helado de cappuccino y veía un programa en el televisor. El plato de helado era grande y en el otro extremo se encontraba otra cuchara. Ambos comíamos helado del mismo plato mientras conversábamos y veíamos la tele. Después de un rato se acabó el postre y me dirigí a él para pedirle más comida porque tenía hambre. Él me mostró una cara de desapruebo y solo puso dinero sobre la mesa y me dijo que yo fuera. No repelé.
Me levanté de la mesa y me dirigía a la barra de alimentos, pero ella me detuvo. Al cruzar la pared de vidrio volteé hacia la derecha y la vi. Era una chava hermosa, no era ni más grande ni más pequeña que yo. Era de mi edad y de mi estatura. La vi de espaldas parada enfrente de un espejo. No dudé en acercarme a ella y empezar a hablarle. Al parecer ya la conocía, claro que la conozco, es mi niña después de todo. Todo empezó con un hola normal, nada de cosas extravagantes y sin dificultades. Al continuar nuestra plática empecé a quedarme sin habla. Ella se veía tierna, hermosa, inocente y un tanto tímida. Yo me asusté un poco y empecé a desesperarme porque no podía hablar bien con ella. Era una chava muy bonita. Tenía el pelo largo y rubio con rayos castaños. Sus ojos eran de color azul y su piel era blanca como la nieve. Era delgada y tenía una figura perfecta. Ella es para mí todo lo que había deseado. Debido a esto me animé a hacer lo siguiente. En medio de nuestra conversación le pregunté a media voz que si quería salir conmigo. Ella me respondió que no podía porque su padre no la iba a dejar. Yo le seguí insistiendo. Le dije que me diera una oportunidad para ver como resultaban las cosas. Ella seguía con la cabeza agachada, aún sin acceder. Le volví a insistir pero esta vez la sujeté del hombro y la acerqué a mí. La estaba abrazando y nos veíamos enfrente del espejo. Le decía que nos viera juntos, lo bonito que nos veíamos y la pareja perfecta que hacíamos. Ella levantó la mirada y sonrió, pero al mismo momento me apartó de su lado.
Yo estaba a su lado izquierdo y ella a mi lado derecho. Al alejarnos la puerta detrás de mí en el pasillo se abrió y entraron muchas personas. Entre la multitud del pasillo nos perdimos. No sé si lo mencioné antes, pero la cafetería estaba sola, solo mi buen amigo, mi niña y yo. Después que la perdí de vista estaba un poco deprimido y pensaba en ella. No me atrevía a regresar con mi amigo así que me dirigí a una mesa en el ala derecha de la cafetería. Me senté en silencio en una mesa en la esquina del cuarto. La silla en donde estaba sentado estaba pegada a la pared. A mi lado izquierdo se encontraba una chava desconocida para mí y frente a ella otra.
Después de un tiempo enfrente de mí se sentó una chava que solo he visto en televisión. No estábamos hablando, yo permanecía en silencio al igual que ella. Después de un tiempo dije en voz alta “soy patético”. La chava enfrente de mí me volteó a ver y puso una cara de desagrado, se paró y se fue de la mesa. Se dirigió hacia el cuarto donde estaba mi amigo, abrió la puerta corrediza de cristal, entró y se sentó junto a él. No sé de qué habrán hablado, pero ya no les puse atención. Después de ver alejarse a esa chava regresé mi mirada a las otras dos chavas que estaban a mi lado izquierdo. Ellas también se alejaron mirándome de forma curiosa. Después de un tiempo me encontraba sólo en la mesa.
Pasó un rato estando sólo en la mesa cuando vi a un señor caminar dentro de la cafetería. Era un hombre alto, caucásico, no tenía pelo, complexión mediana. Llevaba puesto un traje blanco, zapatos blancos y una camisa azul celeste. Inmediatamente lo reconocí y me acerqué para hablarle. Mi problema del habla regresó y con el mi angustia. El era su padre, no sé como lo conocía y se me hace raro porque yo soy su padre, quizás solo era por mi sueño o quizás, solo quizás, él es alguien más.
No hablamos como normalmente alguien le hablaría al padre de una niña. Empezamos a discutir por qué yo no podía estar con ella si yo la quería, la quiero, la querré. A media voz le dije que ella es una niña hermosa, que es la mujer indicada para mí, que yo la quería, quería estar con ella y que no dejaría esa idea por nada del mundo. Mientras argüía con él, imágenes de ella vinieron a mi mente. La veía resplandeciente, tierna, tal y como ella es. Después de discutir un rato con él, accedió a dejarme estar con su hija con una condición, hacer un compromiso con él por ella.
Aparecimos sentados en una mesa rectangular. La misma donde me había sentado con la chava de la televisión tiempo atrás. Estaba yo del lado derecho y él del lado izquierdo. Estábamos cara a cara y el compromiso comenzó. Enfrente de cada uno de nosotros había dos estatuillas al estilo hawaiano. Una era de un hombre, la ora de una mujer. Él empezó agarrando la estatuilla del hombre y la colocó enfrente. Yo lo imité y puse la estatuilla del hombre también. Después él tomó la estatuilla de la mujer y la puso enfrente de mí. Volví a imitarlo, tomé la estatuilla de la mujer y la coloqué enfrente de él. Ya todo había quedado. Él me dijo que ahora podía estar con su hija.
Me quedé de nuevo sólo en la mesa. No estaba ni él, ni ella, ni las chavas que antes me acompañaron, ni mi buen amigo, nadie, nadie estaba conmigo. De pronto sonaron unas frases en mi cabeza:
-Bien, lo has conseguido.
-Espera, estamos en la cafetería.
- Oh!, ya entiendo.
Estas últimas palaras son las que resuenan en mi cabeza, una vez más he perdido la imagen de mi inocente niña, pero estoy seguro de que aún existe donde la dejé. Espero algún día volverla a ver.

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