sábado, 20 de marzo de 2010

La cima de mis sueños...

Era ya casi de noche cuando llegamos a la cima de la montaña. Había sido un camino largo y cansado. Mi amigo y yo nos detuvimos un poco para admirar el paisaje que nos daba la montaña de la antigua y bella ciudad. Se veían los edificios anaranjados por el ocaso del sol. Se empezaban a ver las luces de las calles y los carros encenderse para alumbrar la imagen de aquella ciudad.
Casi era de noche y mi amigo empezó a conversar conmigo. Me preguntó cómo íbamos a bajar, que ya era muy tarde y el descenso por la inmensa montaña podría resultar peligroso. Esa ansiedad provino de lo oscuro de la verdea y la presencia de animales salvajes en la misma. Le respondí que no sabía, que ya veríamos la forma de bajar.
Atrás de nosotros se encontraba una colima que tapaba la vista del panorama del paisaje de la montaña. Le sugerí a mi amigo pasar la colima por encima y dirigirnos a una estación unos pasos más adentro en el paisaje. Subimos la colima y en la cima todo el panorama cambió. El cielo dejó de estar oscuro y se tornó azul claro. Las nubes grisáceas que nos habían acompañado en la oscuridad se tornaron en blancas resplandecientes como la blancura de la nieve. El pasto que pisábamos tenía un color verde vivo. Mi amigo y yo sentíamos una felicidad inmensa al ver la belleza que nos rodeaba en el paisaje.
Al verlo todo no dudamos en lanzarnos boca abajo a abrazar la tierra en la que estábamos parados. Caímos agarrando el pasto verde que nos rodeaba. Dimos vuelta y sentimos lo suave de las hojas en nuestra cara. Al pararnos de pie seguimos nuestro camino a la estación. Después de unos pasos vimos un claro y apacible arroyo que cruzaba y complementaba aquel hermoso paisaje. Nos acercamos a él y empezamos a verlo detenidamente. El arroyo fluía tranquilamente. Tenía sus aguas tan claras que se podía ver el fondo sin ningún problema. Tenía una profundidad de metro y medio aproximadamente. Sentimos una extraña necesidad de beber de aquel deleitable arroyo, pero antes de hacerlo alguien nos detuvo.
Mientras contemplábamos la belleza del riachuelo vimos que se acercaban dos personas, una era mi mejor amiga, la otra una amiga de ella. Llegaron con nosotros y empezamos a platicar del arroyo. Mientras lo veíamos surgió la idea de beber de él. La primera en beber fue la amiga de mi mejor amiga. Se agachó y acerco su mano para recoger un poco de agua y llevársela a su boca. Dijo que el agua estaba deliciosa y que es el agua más buena que había probado en su vida. Yo fui el siguiente que iba a probarla, pero antes me puse a observar el arroyo de manera más atenta. Al otro lado había una tapa rosada junto al pasto adyacente al río. Decidí quitarla para evitar que contaminara aquella belleza tan perfecta. Acercando mi rostro para tomar agua me di cuenta de que un bicho curioso permanecía inmóvil a la mitad del arroyo. Era de color café, no sé si estaba muerto o vivo pero yacía parado, suspendido a la mitad de la profundidad del riachuelo. No me importó el bicho y sumergí mi mano derecha para sacar un poco de aquella agua. La bebí e inmediatamente me puse de pie. Al lado izquierdo mío había una pared como de escalar, sin darle mucha importancia proseguimos nuestro camino a la estación.
Caminamos los cuatro juntos contemplando el paisaje a nuestro alrededor hasta llegar a la estación. Al llegar tocamos la puerta mi amigo y yo mientras mi mejor amiga y su amiga esperaban atrás. Se abrió la puerta y salió un hombre como de treinta años de edad con una camisa a cuadros y un pantalón de mezclilla. Le preguntamos cómo podíamos bajar de la montaña de manera segura porque la noche oscurecía el camino. Salió un poco de la puerta y levantó una enorme roca con tanta facilidad que parecía que no pesaba nada y así era. Debajo de la piedra se encontraba un túnel que según él daba con el pie de la montaña. Volvió a la estación y cerró la puerta. Fuimos con nuestras dos amigas y les contamos la forma de salir.
Antes de dirigirnos al túnel, nuestras amigas nos hicieron una pregunta. Nos preguntaron dónde estaba el tesoro de estas tierras. Yo le respondí que todo a nuestro alrededor era un bello tesoro natural. Ellas me dijeron que tenía razón pero que debía haber algo más. Levanté la misma piedra que el señor levantó y la estrellé en contra de una pared cercana a la estación. La piedra se desmoronó en muchos pedazos grandes y en uno de ellos vi una pepita de oro. Mi mejor amiga me pidió por favor que le diera la pepita, así que se la di. Seguí rompiendo la piedra con mucha facilidad y encontré otra pepita de oro, la cual guardé en mi bolsillo derecho. Mi amigo me preguntó si había más pepitas, pero ya no pude sacar más.
Después de recoger la pepita regresamos a la estación y entramos a ella. Vimos al señor y le reclamamos por qué tenía todo ese oro oculto para él. Él respondió que era suyo. Yo le dije que lo denunciaríamos para que te quitaran el oro. Salió corriendo al paisaje y tomó otra de las piedras que contenían oro destapando así un segundo túnel. Volvió a entrar a la estación reclamando que el oro era suyo. La piedra había tomado forma de cabeza humana y la cargada abrazándola con ambos brazos. En el inter mi mejor amiga me preguntó si estaba bien lo que estábamos haciendo. Le respondí con otra pregunta, si estaba bien robar. Ella me respondió obvio que no, pero que mirara bien. Me dijo si estaba bien destruir el futuro que el señor había construido con el oro, arruinar su vida, solo por hacer lo correcto. Me quedé callado.
Salimos de la estación y nos dirigimos a la bajada. Destapamos una tercera roca que se encontraba cerca y descubrimos un nuevo túnel. Nos dejamos caer por el túnel, parecía como un resbaladero sin fin. Estaba oscuro y caíamos a gran velocidad. Después de un tiempo llegamos al pie de la montaña. Era un lugar oscuro y los cuatro nos miramos extrañados. Una voz sonó preguntando dónde estábamos. Respondí no sé, pero hemos llegado.

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